El pasado mas de marzo las escuelas cerraron ante una emergencia imprevisible que nos ha puesto a prueba a todos, a nivel médico, económico y social. No había otra alternativa prudente teniendo en cuenta que desconocíamos, absolutamente, el comportamiento del agente infeccioso, que, últimamente nos han dicho, que ya llevaba un tiempo entre nosotros.
Al día siguiente, la escuela se puso a trabajar en la única opción posible en circunstancias de confinamiento, la escuela virtual. Inmediatamente, se vio que los niños, que en estos primeros momentos se calificaron de supercontagiadors, de forma poco contrastada, tenían que quedar completamente confinados a casa, sin poder salir. Y aquí llegaron una serie de problemas que dejaron al descubierto carencias que nos enfrentaron con una sociedad donde no todo el mundo tiene las mismas oportunidades.
¿Qué harían aquellas familias que tuvieran que trabajar fuera de casa, por fuerza, con las criaturas a casa? Qué harían aquellas familias que no pudieran ayudar, por lo que fuera, a sus hijos en el seguimiento virtual? ¿Qué harían las familias sin posibilidades tecnológicas a casa? ¿Qué harían las familias que tenían que teletrabajar en casa con los niños y niñas? ¿Qué pasaba si la enfermedad entraba en un hogar? Había seguro, muchas más preguntas, una inmensa casuística.
Se intuía que el cierre de escuelas desvelaba, de forma manifiesta, las desigualdades sociales preexistentes y comprometía el derecho a la educación de los niños en muchos casos.
Mantener el hilo con la escuela
Los maestros tuvimos que renunciar a la presencialidad y la interacción social física, dos ejes fundamentales de nuestra misión educativa y social. Tuvimos que reinventar fórmulas que sabíamos que nunca serían satisfactorias! De un día por el otro! Y, mayoritariamente, nos pusimos a trabajar en casa, con nuestras propias responsabilidades familiares a la vez, para crear una escuela virtual.
Teníamos que conseguir llegar a todos los niños, de forma que pudieran seguir a distancia. Teníamos que conseguir crear un hilo de conexión estable con las familias para guiarlas, en lo posible. Teníamos que programar contacto con nuestros alumnos, con medios virtuales, para atender su situación individual académica, pero, sobre todo, personal. Hemos hecho un auténtico máster sobre la incertidumbre, el luto y la fragilidad humana.
El trabajo académico que programamos no tenía el objetivo fundamental de acabar el temario o tener entretenidos los niños, de evaluarlos contenidos, sino evitar que se cortara el hilo con la escuela, asegurar que los niños y niñas podían mantener una rutina que sabíamos necesaria, para aguantar psicológicamente la dureza del confinamiento. Y garantizar, forzosamente de manera virtual, que no se perdiera el vínculo con los compañeros y los profesores. Es sabido que, sin vínculo emotivo, no hay aprendizaje posible, pero también que los vínculos son, en definitiva, un factor de resistencia a la adversidad.
Una escuela virtual más diversa
Y así empezamos a construir una escuela virtual que también tenía que ser un muro contra la desmotivación, la rabia y la tristeza. Desde cada disciplina, teníamos que conseguir volver a los niños la seguridad perdida. Era prioritario combatir la intoxicación de determinadas informaciones sobre lo que estaba pasando y, a la vez, evitar los prejuicios que, sobre la situación, se observaban. Nadie es culpable de enfermar, todos tenemos responsabilidades en la convivencia… Hicimos un análisis de un problema social relevante mientras lo estábamos sufriendo.
Además de estos objetivos teníamos que hacer un seguimiento, a distancia, de cada una de las situaciones de nuestros alumnos y sus familias, contactando, escuchando, empatizando, apoyando. ¡La diversidad estalló en toda su plenitud! Cada persona tiene su mundo pero, esta vez, el mundo de todos estaba en franca disolución, con todas las incertidumbres que esto comporta.
Y aquí estamos, después de tres meses de lucha contra el virus, la crisis económica y emergencia social. Los niños han sufrido una situación de emergencia extraordinaria en sus carnes. Y lo han llevado con una disciplina que hay que reconocer y agradecer, con unas familias desbordadas que han hecho un ejercicio, mayoritariamente, de protección y cura. También hay que agradecerlo. Y unos docentes que hemos intentado llegar a todos los rincones, a menudo con la impotencia de no conseguirlo.
3 momentos brillantes en la escuela virtual
Para acabar quiero rescatar algunos ejemplos sobre cómo han sido las clases en estos tiempos difíciles. Los niños y niñas han hecho el máximo que han podido, no lo olvidamos. Y, en algunas ocasiones, han brillado con luz propia. Recuerdo tres momentos con especial claridad.
- El primero hace referencia en una clase de Ciencias Sociales de 4.º de ESO, los miércoles de 16.00 a 17.00.
Hablábamos de la Guerra Civil y un alumno preguntó: “ Entonces, no se podía haber evitado la Guerra Civil? “ Yo propuse al grupo que contestaran, en el chat, esta pregunta. Y empezaron las respuestas, breves:
No, porque tanto los de derechas como los de izquierdas se habían radicalizado.
No, porque los gobiernos no decidían para toda la población. Solo para los suyos.
No, porque se había intoxicado de odio toda la sociedad.
No, porque se habían hecho bandos y se habían armado.
No, porque todos van olvidar que negociar quiere decir ceder…
No hacen falta palabras. El diálogo virtual es difícil pero posible.
- El segundo corresponde a alumnos de 10 años, de quinto de Primaria, en un encuentro de Filosofía, los miércoles a las 11.00.
A la pregunta que los hice: Podemos vivir con miedo? Una niña contestó:
“Nunca tenemos que vivir con miedo, porque vivir con miedo es uno no vivir. En cambio, sí tenemos que tener respecto de lo que nos amenaza, como este virus que vuelta, para estar precavidos, para cuidarnos y cuidar de los otros. Y tener respeto es saber que no tienes el control de todo, en la vida, ni mucho menos. Pero esto no es miedo. El miedo paraliza y no te deja ver claro, en un rincón; el respeto, en cambio, te deja pensar”.
Mucho adultos necesitaríamos reflexionar sobre estas palabras.
- Finalmente un lunes, en la clase de Filosofía, a las 11.00, con alumnas de 11 años, de sexto de Primaria, nos preguntamos si los niños pueden enseñar algo a los adultos.
Y una niña, muy perspicaz, hizo el siguiente razonamiento.
«Está claro que sí. Toda persona enseña y aprende de los otros. Enseña porque como que es única y diferente, tiene un punto de vista personal que aporta una mirada diferente del mundo. Pertenece a una generación diferente que ve la realidad de acuerdo con su edad. Además, como que es única, tiene un conjunto de experiencias personales que nadie más tiene. La sabiduría es reparte entre todos, no es poseída por nadie en exclusiva. Todo el mundo enseña a todo el mundo; todo el mundo aprende de todo el mundo. Esto es lo qué hacemos las personas».
Un canto al respeto, sí señora!
En septiembre, mucho me temo, tendremos que empezar el curso manteniendo la distancia física, que no social, por favor. En la mesa que es la escuela, retiraremos una de las patas, y esto la hará más inestable. Lógicamente. Al menos, habremos recuperado la presencialidad y esto nos alentará a seguir adelante en nuestra tarea, la tarea de la escuela, que tomando prestado un poema de Amado Nervo podríamos sintetizar así : “Aquí se piensa, aquí se lucha, aquí se ama”.
En ausencia de los abrazos, se tendrán que intensificar nuestra mirada de docentes y nuestras palabras, que también curan!
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