Jessica Lahey

Jessica Lahey es escritora y profesora de secundaria. Es autora de dos exitosos libros: «El regalo del fracaso» y «La vacuna contra la adicción», que tratan sobre la educación de los hijos y sobre la sobreprotección que muchos padres ejercen sobre ellos. Durante veinte años, ha sido profesora en diversas escuelas de Estados Unidos. Actualmente escribe la columna quincenal «Conferencia de padres y maestros» en el New York Times.

Jessica LaheyJessica Lahey recuerda que cuando tenía 11 años formó parte de una clase combinada de quinto y sexto curso, donde los animaron a leer y a explorar algunos libros. Su maestro, el Sr. Akeley, les leía ‘Historia de dos ciudades’ de Dickens a la hora de comer, un libro que la entusiasmó. Jessica se inclinaba en su silla durante las clases, sin poder esperar a que llegara la comida para poder disfrutar de la lectura. Cuando se convirtió en profesora de secundaria, el libro de Dickens fue de los primeros que mostró a sus alumnos, motivada por el recuerdo de la fascinación que le había producido.

Usted ha escrito dos libros de éxito, ambos relacionados con la educación parental. ¿Por qué decidió escribir sobre este sujeto?

Fui profesora durante veinte años y tengo dos hijos. Descubrí que las preocupaciones que tenía como maestra y como madre se superponían. Escribo sobre temas que me afectan y me interesan, ya sea del aprendizaje, la resiliencia, la adicción en adolescentes o la salud mental. Pienso que muchas de las preguntas que yo me hago habitualmente, que tienen relación con mis alumnos e hijos, también se las estarán formulando otras personas, por lo que intento dar algunas respuestas.

¿Cómo describiría la relación que tienen los padres con sus hijos hoy en día?

Actualmente existe mucha presión sobre los padres, no solo para que sean padres perfectos, sino también para que tengan hijos perfectos, y eso no es justo ni para unos ni para otros. Nuestros hijos no son un boletín de notas, que haya que valorar únicamente en función de su rendimiento académico. Desafortunadamente, toda esa presión alimenta la ansiedad de los padres y agrava el estrés que los niños sienten para intentar estar a la altura de las expectativas. Regañar y recordar constantemente a nuestros hijos cada examen, cada partido de fútbol o cada cita debilita nuestras relaciones y las conexiones emocionales que tenemos con ellos. Y, precisamente, esta relación emocional es la que prepara el escenario para su crecimiento, aprendizaje y salud mental.  

¿Por qué establecemos este tipo de relaciones con nuestros hijos?

Cada vez tenemos menos hijos y a una edad más avanzada, ya que muchas veces priorizamos nuestra formación y el trabajo.  Gestionamos a nuestros hijos de la misma manera que ejecutamos un proyecto laboral, y tendemos a valorarlos en función de sus notas y de sus éxitos deportivos si realizan alguna actividad extraescolar. Además, muchas corrientes de opinión alimentan nuestra ansiedad, diciéndonos que es muy complicado que nuestros hijos puedan entrar en la universidad y que, en el contexto actual, a ellos nunca les irá tan bien como a nosotros a nivel económico. Todo ello, hace que resulte difícil dar un paso hacia atrás para desconectar y abstraerse de las horribles predicciones sobre su futuro, lo que provoca que tendamos a sobreprotegerlos, pensando que de esta manera los mantenemos a salvo.

¿Qué efectos negativos tiene la sobreprotección de los hijos y lo que usted denomina ‘crianza excesiva’?

Las cosas que hacemos para guiar a nuestros hijos, especialmente cuando los dirigimos demasiado o cuando les decimos cómo deben hacer las cosas, les niega la oportunidad de frustrarse y solucionar las cosas por sí mismos. Esta sobreprotección los convierte en personas menos capaces de resolver desafíos cuando los padres no estamos cerca de ellos. En otras palabras, la ayuda que les brindamos puede afectar negativamente a sus procesos de aprendizaje. En contrapartida, si reforzamos su autonomía en lugar de dirigirlos, podemos aumentar las posibilidades de que puedan enfrentarse a situaciones complicadas cuando no estemos a su lado.

¿Cómo deben actuar los padres?

Un poco en la línea de lo que comentaba anteriormente. Si dejamos que los niños tomen más decisiones sobre cómo, cuándo, dónde y por qué hacen sus deberes, tareas del hogar u otras cosas que los afectan, incluso aunque se frustren si algo no sale como esperaban, los estaremos ayudando a que sean más capaces de desenvolverse por sí mismos, sin la necesidad de nuestra ayuda.

Usted, a parte de escritora, ha sido maestra y ha podido observar lo que pasa en las escuelas. ¿Qué  papel deben jugar los centros educativos en la relación entre padres e hijos?

Durante más de veinte años he estado enseñando en clases de distintos cursos, con estudiantes cuyas edades iban de los 12 a los 18 años. También he trabajado en un centro de rehabilitación de drogas y alcohol para adolescentes hospitalizados. Durante todo este tiempo he podido comprobar de primera mano lo que muchas  investigaciones han constatado: cuanto mejor es la relación entre el núcleo familiar y la escuela, mejor aprenden los niños. Las buenas relaciones entre el hogar y el colegio se basan en la confianza, el respeto mutuo y una comunicación bidireccional clara y directa.

¿Cómo pueden ayudar las escuelas a potenciar la autonomía de los alumnos?

Las escuelas y los padres pueden promover la independencia y que los niños aprendan del fracaso, apoyándolos cuando cometen errores, haciéndoles saber que están con ellos y que los valorarán y los amarán independientemente de las notas que obtengan o de si marcan muchos goles o no. Lo importante es que perciban que estaremos a su lado cuando se equivoquen y que los animemos a perseverar y a aprender de sus errores para que puedan hacerlo mejor en el futuro.

En relación a su otro libro, “La vacuna contra la adicción”, ¿por qué la adolescencia es una época peligrosa para el consumo de sustancias?

En las etapas adolescentes, los cerebros todavía no han terminado de desarrollarse, ya que este proceso acostumbra a finalizar pasados los veinte años. Por lo tanto, el daño que las drogas y el alcohol pueden ocasionar al cerebro es más agudo durante esta época de rápido crecimiento y desarrollo. A partir de los 18 años, o mejor aún, después de los 21, el cerebro ya ha madurado, por lo que se reduce la posibilidad de provocar daños significativos y la probabilidad de volverse dependiente a determinadas sustancias.

¿Cómo pueden los padres y educadores prevenir el abuso de sustancias entre los niños?

Los padres pueden evitar que sus hijos consuman sustancias actuando desde edades tempranas. Por ejemplo, si detectamos que nuestros hijos tienen problemas en la escuela, que se muestran agresivos con otros niños, o tienen dificultades de desarrollo o salud mental, hay que intervenir al instante. Estos problemas iniciales deben abordarse inmediatamente, porque pueden complicarse y  ser más difíciles de gestionar si dejamos pasar  tiempo.

¿El riesgo de caer en adicciones es igual para todos los niños?

Los niños que han experimentado desde pequeños situaciones como abusos físicos o sexuales, abandono, negligencia o que hayan observado en su hogar  el consumo de drogas o alcohol serán mucho más propensos y vulnerables a caer en adicciones. Para evitar y prevenir estas situaciones es importante que los niños sepan que los comprendemos, los escuchamos, y los reconocemos tal y como son, y no por cómo queremos que sean. Tenemos que apoyarlos siempre y hacerles saber que pueden acudir a nosotros siempre que lo necesiten para hablar sobre cualquier tema.

Por último, ¿qué consejo les daría a futuros padres y educadores en relación a la educación de los niños?

Repetiría lo que he dicho anteriormente: su desarrollo y formación depende, en gran medida, de que los escuchemos y los valoremos por lo que son. Seguro que harán cosas que nos molesten o decepcionen, pero si les hacemos sentir que pueden hablar con nosotros para tratar sus problemas o cuando se enfrentan a desafíos, estaremos tendiendo puentes para que confíen en nosotros ante cualquier situación.

 

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