Bill Ayers

Bill Ayers fue profesor de educación del College of Education de la Universidad de Illinois en Chicago y ostenta los títulos de Profesor Distinguido de Educación e Investigador Principal Universitario. Fundó el taller Small Workshop y el Center for Youth and Society, donde impartía cursos relacionados con la enseñanza o la creatividad. Antes de dedicarse a la educación fue un reconocido activista que luchaba por los derechos humanos. Es autor de numerosos libros, en los que aborda temas como la justicia social, la democracia y la educación.

Bill Ayers recuerda que su colegio estaba en una zona suburbana cerca de su casa, y que iba a él cada mañana andando junto a su hermano mayor y su hermana. Tiene muchas anécdotas de sus años de estudiante, pero se acuerda especialmente de una experiencia de a principios de los años 50. En la escuela los preparaban para un posible ataque nuclear mediante simulacros de incendio. Les decían “¡Agachaos y cubríos!” y cada vez que veían un destello brillante, Bill Ayers cerraba los ojos y esperaba a que la explosión llegara bajo su pupitre.

Antes de ser profesor, en los años sesenta y setenta, fue un conocido activista contra la guerra y por los derechos civiles. ¿Por qué decidió dedicarse a la docencia?

A partir de 1965, en mi vida ocurrieron varios acontecimientos inesperados, que motivaron que me decantara por la docencia. Estudiaba en la Universidad de Michigan y formaba parte de diversos movimientos como el que defendía los derechos de los negros o las mobilizaciones contra la guerra de Vietnam. Tras escuchar un discurso de un líder estudiantil que nos decía que no dejáramos que nadie se burlara de nuestros valores, me arrestaron mientras participaba en un acto no violento de desobediencia civil. Fui acusado de diversos cargos y me llevaron a la cárcel del condado, donde un compañero que también había estado detenido me habló sobre Freedom School o ‘Escuela de Libertad’ [un movimiento pedagógico que pretendía educar a los afroamericanos para favorecer su emancipación]. Las clases se daban en el sótano de una iglesia. Cuando me liberaron fui a visitarla y me encontré con un pequeño sueño utópico, llamado Comunidad de Niños. Me incorporé a la escuela como docente y, desde ese día, he vinculado la enseñanza con mi anhelo de libertad y de búsqueda interminable de justicia.

¿Qué es más revolucionario: ser activista o maestro?

No se trata de establecer una comparativa. Creo que no hay algo más revolucionario que lo otro. No hay un lugar perfecto o principal para intervenir o actuar para construir un mundo más justo, libre y pacífico. Cualquier persona que aspire a una vida moral puede ser revolucionaria. Eso sí, es fácil decirlo, pero es mucho más complicado ponerlo en práctica en el día a día.

¿Cómo definiría usted la enseñanza que se imparte actualmente en las escuelas?

Las escuelas, sin importar dónde o cuándo, siempre son un espejo y una ventana al orden social prevaleciente, un artefacto que los poderosos de toda sociedad construyen para servir a sus intereses.

 ¿Siguen existiendo injusticias en el mundo de la educación?

Considero que sí. La educación ya no es un bien común, ni un derecho humano universal, sino un producto que se comercializa en el mercado como cualquier otro. En este escenario, los ganadores y los perdedores se clasifican con implacable eficiencia, y todos los marcadores tradicionales de desigualdad se imponen con renovada fuerza.

¿Qué cambios se deberían realizar para que todos los estudiantes tengan las mismas oportunidades?

Primero, debemos luchar en favor de la idea de que la educación es un derecho humano fundamental y una responsabilidad comunitaria básica. Todo niño o niña, simplemente por el hecho de nacer, tiene derecho a una educación pública gratuita, accesible y de alta calidad. Eso significa que todas las familias deben tener a su alcance unas instalaciones escolares decentes con personal cualificado. Por otra parte, el plan de estudios debe tener una visión de futuro, reconocer la dignidad individual y fortalecer la tolerancia, la comprensión, la paz y la amistad entre todas las personas, así como fomentar el respeto a las libertades fundamentales y los derechos humanos. Las escuelas deben estar orientadas hacia el pleno desarrollo de la mente y la personalidad humana, y deben fomentar la libertad intelectual.

 ¿Cómo sería la escuela ideal?

Sería aquella en la que los profesores, independientemente del curso y de las circunstancias, enseñen a sus estudiantes que son seres humanos de incalculable valor. Y que les planteen preguntas fundamentales cómo: ¿quién soy?, ¿cómo llegué aquí y hacia dónde me dirijo?, ¿cuál es mi historia? Obtener estas respuestas nos conduce hacia proyectos de mejora educativa.

Ha escrito bastantes libros relacionados con la educación. En uno de ellos, “Teaching the Taboo: Courage and Imagination in the Classroom” (2011), ayuda a los profesores a enfrentarse a la desmoralización que según usted existe en la profesión. ¿Por qué considera que es un sector desmoralizado?

El sistema es desmoralizador, ya que nadie que se dedique a enseñar puede librarse de unos sistemas de evaluación que no son los más adecuados. Y, sin embargo, ahí están. Nos guste o no, los maestros deben realizar exámenes estandarizados a lo largo del curso escolar. Para los docentes no es particularmente útil, ya que no es una evaluación realista. Estas pruebas no tienen nada que ver con la enseñanza real. La obsesión por las pruebas es vaga y equivocada, de principio a fin.

¿Cómo se puede superar esta desmotivación?

Cada maestro debería hacer un listado con los compromisos que ha adquirido al elegir su profesión, y revisarlos cada mañana antes de ir a la escuela para tratar de estar a la altura de lo que los estudiantes se merecen. A pesar de que sepamos que no todos cumpliremos nuestros ideales, no hay que desesperar, y no es razón para dejar de luchar por todo aquello que queremos alcanzar.

También habla en otro de sus libros, “Teaching toward Freedom”, de la curiosidad, la imaginación, la iniciativa, la solidaridad, la valentía o el emprendimiento, conceptos que denomina como las Grandes Virtudes. ¿Cómo se deben enseñar en las escuelas?

“Libertad” es una palabra densa, estratificada y necesaria. Estos conceptos deben enseñarse partiendo de dos ideas que hay que tener muy presentes en todo momento: cada estudiante es único y, simultáneamente, forma parte de una comunidad más amplia. El objetivo principal de la educación en una democracia debe ser el de nutrir y construir esa comunidad de ciudadanos independientes.

¿Qué pueden hacer los profesores para transmitir estas ideas a sus alumnos?

Las aulas pueden convertirse en sitios generadores de compromiso auténtico. Los profesores deben esforzarse por decir la verdad de manera cruda y sin adornos, a pesar de que a menudo puede resultar difícil y desagradable. Pero es absolutamente necesario. No deben tener miedo a ser subversivos y a desafiar una cultura que invisibiliza a los jóvenes, y a ser críticos ante un sistema escolar que premia el cumplimiento y la conformidad, mientras castiga formas de la libertad como la imaginación, la creatividad, la iniciativa o el coraje.

 ¿Cómo deberían afrontar los profesores el futuro de la educación?

Con valentía y compromiso. Acercándose a los estudiantes y a sus familias. Promulgando la solidaridad, no el servicio. Deben decir la verdad y recordar que la verdad y la reconciliación son secuenciales. Han de comprometerse a mantener la esperanza y a afrontar los desafíos. Y también, han de atreverse a hacer todo aquello que puede resultar incómodo o inconveniente. Deben tener muy presente que no hay ejemplo de justicia, sea dentro o fuera de las aulas, sin riesgo, coraje o incomodidad.

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