Alguna vez escribí un poemario “Las bibliotecas del fin del mundo”, y es curioso porque no escribí de la biblioteca que más me impactó en mi vida: la biblioteca de mi colegio. Detrás de un mostrador se podía ver los estantes repletos de libros, estantes que llegaban hasta el techo, y que la tenue luz del ambiente más bien lo hacían parecer un lugar profano, un sitio donde jamás uno podría ingresar. Y nunca lo hice.
Esa imagen se me ha quedado grabada en la memoria, más que la de una sala de lectura fría, más que la de una bibliotecaria arisca. Pero lo que me llamaba la atención no era la lectura, sino el poder ingresar a un lugar prohibido, lugar que solo la bibliotecaria todopoderosa podía acceder.
Hoy en día soy bibliotecólogo, y he comprendido que el origen de la lectura está en el placer, en la libertad de elegir un libro, en la decisión de ir a la biblioteca simplemente a soñar. Y yo sueño. Sueño en la biblioteca que nunca conocí. En la biblioteca que los niños puedan desear. Y sigo soñando. En los libros que los niños quieren leer. En los concursos que se les puede ofrecer. En otorgar una biblioteca viva.
Se me hace difícil pensar en una familia que le pueda comprar a un niño todos los libros que desee. Los libros son “costosos”. Con una pelota yo puedo jugar algo diferente cada día; pero un libro, el mismo libro todos los días. ¿Es acaso eso divertido? No lo creo, y es por eso que nuestra avidez lectora, nos pide un nuevo libro, y otro, y otro más. ¿Pueden los padres seguir ese ritmo? No lo creo.
Y ahí está la biblioteca, sus últimas adquisiciones, los best sellers, el libro que siempre quise leer, el buzón de sugerencias (la biblioteca tiene el poder para comprar nuevos libros, el libro que me falta de la saga, la serie de novelas románticas que mis padres no me pueden comprar), el espacio íntimo para desarrollar mi lectura, para sentirme en libertad.
En verdad comprendo la difícil cruzada que desde las aulas ejercen los docentes de literatura tratando de transmitir el gusto por la lectura. Es una tarea titánica que requiere de algunos ingredientes básicos para que sea exitosa: niños que deseen leer, la buena elección del texto, un docente amante de la lectura que pueda transmitir con pasión aquello que le gusta. Sin embargo, no debemos olvidar que la actividad para formar niños lectores más usada desde las aulas es el Plan lector.
El Plan lector es un mecanismo que busca masificar la lectura, en que todos forman parte de algo, son un todo, una unidad. La biblioteca sin embargo ofrece individualidad, que se transforma en compañía cuando encuentras a otro que siente el mismo gusto por un libro, y pasa ser un universo cuando llegas a formar un círculo de lectura, o simplemente los seguidores de un personaje: Gaturro, Mafalda, Greg, Harry Potter, y tantos otros más. Esto para mí es lo más parecido a una cofradía.
La biblioteca es un lugar donde se forjan los sueños y los pensadores del mañana, no podemos desligarnos de nuestra función civilizadora, crítica y de análisis que todo hombre debe llegar a tener. Hoy una vez más me reafirmo: “Yo no formo mejores lectores, formo mejores seres humanos”. Esa es nuestra real misión, y es que simplemente la lectura te hace mejor, te hace libre de prejuicios, de taras, de falsas verdades.
Nunca debe faltar una biblioteca en nuestra casa, en nuestro centro educativo, en la comunidad, y lo más importante acudamos siempre a éstas con nuestros niños, para que forjen el hábito de la lectura, que sientan el placer de tener un libro en las manos, la facultad de poder acceder a un libro distinto cada día.
Todavía sigo soñando, en esa biblioteca, hace 25 años cuando la vi por última vez, me queda el consuelo que alguna vez podré tocar aquellos libros que nunca leí, mientras tanto sigo buscando que aquellos niños que lo deseen puedan leer los libros que siempre han querido leer.
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