Maria Montessori ha sido una de las pedagogas más importantes de la historia de la educación. Nacida en 1870 (justo en agosto se celebraban los 150 años de su nacimiento), Montessori fue una mujer fascinante y muy avanzada a su tiempo, inspiradora de un nuevo modelo de enseñanza que aún hoy cuenta con innumerables seguidores. De hecho, muchas de sus premisas pedagógicas son usadas aún hoy por muchísimas escuelas o por fabricantes de juguetes que no se inscriben necesariamente dentro del método Montessori, pero que han visto los beneficios de muchas de sus aportaciones.
En esta entrada de nuestro blog queremos homenajear a la docente italiana recordando su figura y aprovechar de paso para inaugurar esta serie de semblanzas dedicadas a los grandes pedagogos que más han influido la educación actual.
Los primeros años de Maria Montessori
Montessori fue una mujer de intereses muy variados y pionera en muchos aspectos. Fue médica, psicóloga, antropóloga, activista y sobre todo fundadora de un movimiento pedagógico regenerador. Después de licenciarse en medicina (especialidad de psiquiatría) con una tesis sobre las alucinaciones, Montessori fue derivando progresivamente su interés hacia las ciencias humanas y concretamente hacia la enseñanza. Durante su juventud militó por algunos años en el movimiento feminista, alcanzando cierto relieve en el mismo, aunque con el tiempo se desvincularía del mismo y moderaría sus posturas, sin dejar nunca de reivindicar no obstante la igualdad de género. Entre 1899 y 1902 trabajó como consejera para la Liga Nacional para la protección de los niños con discapacidades cognitivas, y en los años posteriores amplió su interés no solo a los niños con necesidades especiales, sino al conjunto de la población infantil.
La sociedad italiana de principios del siglo XX era un caldo de cultivo para nuevos planteamientos pedagógicos, cercanos en muchos casos al positivismo y al higienismo, con una gran preocupación por la cuestión social y en especial por problemas como la delincuencia infantil. Durante sus años de formación, Montessori estuvo en contacto con los círculos socialistas, liberales, los católicos modernistas (una corriente reformista del catolicismo), además de con masones y teósofos. Estas múltiples influencias serían decisivas a la hora de plantear y difundir su método.
Las Casas de los Niños
En este sentido, en el año 1908 la carrera de Maria Montessori da un impulso cuando Eduardo Talamo, ingeniero y director general del Instituto Romano de Bienes Inmuebles (IRBS) le propone una colaboración. El IRBS había adquirido unos bloques de viviendas populares que el propio Talamo había reformado habilitándolos para que sus habitantes gozaran de mayores comodidades, con el objetivo de dignificar la clase obrera. En este sentido, Talamo había fundado en los IRBS un espacio recreativo para los hijos de los habitantes, La Casa de los Niños, con el fin de que los padres pudieran dejar a sus hijos durante las horas de trabajo. Y había pedido a Montessori su participación en la gestión de estos espacios.
Las Casas de los Niños gozaron de un gran éxito, y fueron para Maria Montessori un laboratorio perfecto para desarrollar sus premisas pedagógicas y experimentar con nuevas metodologías docentes. Aunque la colaboración con Talamo fue breve (duró solo dos años), supuso una ruptura en la carrera científica de Montessori y le permitió publicar en 1909 el texto inaugural de la nueva corriente que iniciaba: El método de la pedagogía científica aplicado a la educación infantil en las Casas de los Niños (1909).
Difusión del método
El libro y las experiencias de Montessori gozaron de una gran popularidad, y en los primeros años de la década de 1910 se difundieron en gran medida por Estados Unidos y por España, donde en 1915 se fundó una Casa de los Niños (concepto desvinculado ya del proyecto de Talamo) en la Casa de la Maternidad y expósitos de Barcelona. De hecho, en 1933, después de una ambigua y problemática relación con el fascismo italiano, Montessori y su marido se mudaron a Barcelona, donde colaboraron con la Generalitat de Cataluña y donde vivieron hasta que estalló la Guerra Civil en 1936.
Entre 1939 y 1949, Maria Montessori alternó viajes por Europa con estancias en la India, donde, en contacto con la corriente teosófica, continuó trabajando en su método. Allí acabó de desarrollar su teoría pedagógica y evolutiva para la franja de edad comprendida entre los 0 y los 3 años, y defendió el fomento de la paz a través de la educación. Tras su vuelta a Europa, con ochenta años, siguió participando en conferencias y cursos alrededor del mundo. Su muerte, acaecida en 1952, dejó tras de sí un legado incalculable que ha cambiado nuestra manera de entender la educación.
El método de Maria Montessori
El método Montessori se define por su carácter experimental, que se opone al rigor de las enseñanzas y dogmatismo de la enseñanza tradicional tal y como se entendía a principios del siglo XX. Su premisa fundamental es la idea de que el niño tiene un desarrollo natural que no debe coartarse, sino que es preciso al contrario reforzar. A diferencia de la psicología y la pedagogía clásica, que veía en el niño un ser incivilizado, en cierto sentido inferior, que había que enderezar y limitar para que pudiera adecuarse a las normas morales de la sociedad, la perspectiva de Montessori se caracteriza por una visión de los niños como seres fundamentalmente autónomos y capaces de aprender a autorregularse de manera natural.
No es extraño, por lo tanto, que el método Montessori rechace recurrir a premios y castigos externos, que supeditan el éxito personal a un elemento externo y que pueden suponer por otro lado un elemento de frustración para los niños. Además, puesto que los ritmos de aprendizaje son distintos para cada aprendiente, Montessori rechaza unificar los contenidos: en el aula Montessori, los alumnos pueden interactuar con los elementos de manera espontánea cuando sientan interés por ellos.
El papel del docente no es por lo tanto el de una figura de autoridad, sino el de un “científico” que observa el comportamiento de cada niño y que en función de este determina las siguientes acciones que ha de tomar para canalizar sus intereses concretos. De hecho, la propia Montessori siguió este principio a la hora de determinar el uso de los mejores materiales para su método, observando con qué elementos los niños interactuaban más y rechazando aquellos que los atraían menos. El maestro, en suma, asume un rol pasivo, interviniendo lo mínimo posible y convirtiéndose así esencialmente en un vínculo entre el niño y el entorno.
La importancia del entorno
Maria Montessori consideraba que el proceso de desarrollo de los niños consiste en gran medida en el aprendizaje de cómo organizar el sinfín de estímulos recibidos; es decir, se trata de poder ordenar el mundo. Por este motivo, la autodisciplina, el orden y la higiene ocupan un papel clave en la escuela Montessori. El punto de partida es que si los niños aprenden a organizar su entorno y a mantenerlo ordenado (y no por imposición externa, sino por voluntad propia) serán igualmente capaces de estructurar su propio mundo.
De este modo, los enseñantes pondrán énfasis en la importancia de mantener el espacio de juego limpio y ordenado después de usarlo, y muchas de las actividades que propondrán tendrán como finalidad conseguir un mayor control psicomotriz.
De la misma manera, el trabajo sensorial ocupa un lugar primordial en el método de Montessori y en sus materiales: colores, formas, tactos, sonidos, incluso olores, se vinculan al aprendizaje de las matemáticas, de los nombres y de los números para permitirles a los infantes individualizar las distintas sensaciones y percibir con más detalle el mundo que los rodea.
Por otro lado, el espacio de la clase, que en la enseñanza tradicional era restrictivo (por ejemplo, pupitres innecesariamente grandes para obligar a los niños a adoptar determinadas posturas, muebles rígidos, etc.), se adapta a las necesidades de los niños, con muebles y objetos hechos a medida para ellos y elementos con los que interactuar. El objetivo último es, en definitiva, crear un espacio atractivo para los niños que estimule su curiosidad y les permita completar su desarrollo.
El método Montessori supuso de esta manera un rompimiento total con la docencia clásica y puso por primera vez el niño en el centro del aprendizaje; no como espectador pasivo, sino como actor que participa activamente en su propio desarrollo. Esta concepción, que hoy por hoy aceptan casi todos los docentes, se la debemos a Maria Montessori.
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