Juan de Vicente Abad
Juan de Vicente Abad es profesor y orientador en el instituto Miguel Catalán de Coslada (Madrid) y miembro del equipo de mediación y tratamiento de conflictos de la Universidad de Alcalá de Henares. El año 2016 fue distinguido con el Premio al Docente más Innovador de España en el certamen D+I impulsado por la Plataforma Proyecta. Es uno de los grandes referentes españoles en convivencia escolar e interculturalidad, en gestión de conflictos y en aprendizaje-servicio. Es autor de los libros 7 ideas clave. Escuelas sostenibles en convivencia y Los sistemas de apoyo entre iguales en la escuela.
¿Qué significa para usted “aprendizaje inclusivo”?
Para mí, inclusión significa que todos los niños, independientemente de su punto de partida, puedan tener acceso al aprendizaje, y que tengan las mismas oportunidades de aprender sin que el punto de partida de cada niño sea un obstáculo. Es una cuestión de equidad. Ahora bien, en las escuelas normalmente hay barreras o dificultades que impiden que algunos alumnos aprendan o desarrollen el potencial que tienen. De modo que, si hablamos de inclusión, debemos plantearnos qué tiene que cambiar en la escuela para que todo el mundo quepa y para que el aprendizaje sea real para todos.
En el caso de la convivencia y la gestión de conflictos, ¿cómo se da esta inclusión?
Desde el punto de vista de la convivencia, hay diferentes enfoques pedagógicos. Por un lado, hay enfoques más retributivos, que plantean una sanción ante el incumplimiento de la norma. Y creo que estos sistemas expulsan de la escuela a cierto tipo de chavales que tienen más dificultades por sus características personales, su historia o cualquier otro aspecto. Por otro lado, hay enfoques más restaurativos, que están más centrados en ayudar a los niños y adolescentes a tomar consciencia del impacto que su conducta tiene en los demás para que puedan cambiarla y puedan resolver las situaciones reflexionando y reparando lo que han deteriorado. Lo restaurativo, en este caso, es a la convivencia lo que la inclusión es al aprendizaje. La idea es la misma: ¿qué tenemos que hacer para poder prevenir los conflictos y, en caso de haberlos, hacer de ellos una fuente de aprendizaje? Así, la convivencia se convierte en objeto de aprendizaje personal en la escuela.
¿Qué aspectos son clave para tener una buena convivencia en un centro educativo?
Yo creo que tiene mucho que ver con tejer vínculos entre las personas. Y tiene mucho que ver con potenciar el conocimiento, las redes de apoyo… Se trata de encontrar formas de estar vinculados, de crear un ambiente en el que todo el mundo se sienta reconocido como persona y en el que se valore cada cual por cómo es y por el lugar que ocupa. Cuantos más vínculos haya dentro de la comunidad educativa —y no solo entre el alumnado, sino también con el profesorado y con las familias—, más vamos a minimizar las posibilidades de que haya situaciones de exclusión. En este sentido, una de las claves de una buena convivencia es la prevención y la creación de este vínculo. Eso significa, por ejemplo, poner mucha energía en la acogida, en la creación de equipos y de grupos, dedicar tiempo a poder hablar de lo que nos pasa… Todo esto nos vincula, y en la medida en que estamos vinculados, es más difícil que surjan conflictos que hagan que unas personas dañen a otras personas. Cuando un grupo se conoce más, es menos probable que haya tantas situaciones de exclusión o de acoso escolar. Crear una convivencia más inclusiva pasa por promover los vínculos entre las personas.
Si el conflicto ya se ha producido, ¿cuál sería la mejor respuesta?
La idea es, desde mi punto de vista, entender el conflicto, más que como un incumplimiento de las normas, desde la perspectiva del impacto que pueda tener en los demás. Hay gente que define el conflicto como la expresión de una necesidad no cubierta, y hay que trabajar por ahí. Podemos ayudar a los chicos que impactan en los demás —sea porque incumplen las normas o simplemente porque hacen cosas que no están bien— a tomar conciencia de cómo lo que hacen tiene un efecto negativo en su entorno y en sí mismos, y al concienciarlos de este impacto es más fácil hacer que abandonen este comportamiento y busquen una conducta alternativa. Es más fácil de entender que lo que yo hago tiene un efecto negativo sobre los demás, que no entender que lo que yo hago incumple una norma abstracta que quizá comprendo o quizá no. Si entendemos el incumplimiento de las normas desde un punto de vista relacional, se ve mejor cómo lo que yo he hecho afecta al otro, y esto crea obligaciones para con esta persona. Porque mis acciones han impactado sobre los demás, y yo puedo y debo asumir esta responsabilidad y hacer algo para reparar este daño.
No se trata de castigar o de no castigar, sino de tomar conciencia, de generar responsabilidad y de asumir la reparación de lo que he roto. Si la gente repara lo que ha roto, si repara el daño que ha hecho, podemos reconstruir lo que se ha deteriorado. El problema no es que haya conflictos, sino qué se hace con estos conflictos que hay y cómo, cuando aparecen, se puede reconstruir y reparar el daño ocasionado. Una sanción, en realidad, parte de la hipótesis de que, si has hecho algo mal, te impongo un castigo, y una vez cumplido el castigo, se acaba: no genera una responsabilidad ni genera necesariamente una comprensión del hecho ni de su impacto. Y lo que planteamos es que pueda haber una comprensión más profunda y una reparación que deba asumirse. La reparación podrá ser una disculpa o de otro tipo, en función de la situación, pero en todo caso exige compromisos, y no pasar de puntillas ante lo sucedido. El simple castigo no produce un aprendizaje.
¿Qué rol debería adoptar el docente ante el conflicto?
La clase tiene que ser un lugar en el que se ejerza de manera sana un poder, en el sentido de ocupar un espacio; las clases pueden contar mucho con los alumnos, y los alumnos pueden tener un papel activo, pero la responsabilidad del profesor o profesora es generar las condiciones para que puedan participar. El profesor es quien define las reglas del juego, en el sentido de lo que se permite y lo que no. Es importante que, antes de llegar a situaciones de descontrol, se tenga claro lo que no se va a tolerar. Y si hay cosas que no se van a permitir, por ejemplo el maltrato entre los compañeros, es preciso darle la importancia que tiene para que no pase desapercibido que es grave.
Pero debemos dejar clara la diferencia entre persona y comportamiento. La mala conducta o el mal comportamiento no es tolerable: no permitiré que esta conducta se dé en mi clase. Pero a la persona, la queremos rescatar. No se trata de echar a quien ha actuado así, de modo que se vaya la persona y con ella la conducta. No tolero la conducta, pero quiero hablar de ello, poner el conflicto sobre la mesa. Hay que decirle a la persona que este comportamiento no es aceptable, pero sobre todo intentar que adquiera conciencia de a quién afecta esta conducta. Y afecta a la persona insultada o agredida, por supuesto, pero también me afecta a mí, y puede afectar a los padres, por la idea que puedan tener de sus hijos. Es decir, una conducta de desprecio o de exclusión tiene impacto sobre un todo. Y también tenemos que hacerle ver a este alumno o alumna cómo puede reparar esta situación. Idealmente, el profesor debería tener estrategias para manejar estas situaciones. A menudo faltan herramientas en el profesorado para gestionar conflictos simples, pero hay maneras muy sencillas de resolver estos conflictos de manera relativamente ágil y fácil. Pienso que deberíamos profundizar más, durante la formación del profesorado, en la gestión de conflictos, porque veo que es una dificultad importante.
Usted habla de la necesidad de implicar a los alumnos en los procesos de resolución de conflictos y también en el aprendizaje. ¿Cómo se consigue esta implicación?
A mi entender, la idea clave es no trabajar para el alumnado, sino trabajar con el alumnado. En todos los estudios sobre personalización del aprendizaje, en toda la pedagogía más reciente e interesante, se habla del protagonismo del alumnado, sobre que el alumnado pueda tomar decisiones sobre su propio proceso de aprendizaje, como gran elemento motivador. Decisiones sobre cómo vamos a trabajar, sobre qué tema puede elegir para su trabajo, sobre cómo puede investigar… Porque los profesores conocemos muy bien nuestros objetivos, pero hay mil maneras de alcanzar estos objetivos, o de trabajar las competencias que queremos desarrollar. Un mayor grado de elección entre los estudiantes genera una mayor motivación.
Y todo esto que sabemos sobre el aprendizaje, hace años que lo descubrimos también en relación con la convivencia. Cuando el alumnado participa en la reflexión sobre qué normas queremos poner en el aula, hay un mayor compromiso, porque cuentas con una reflexión de los propios estudiantes sobre qué es importante y por qué es importante, sobre cómo puede afectar a los otros hacer ciertas cosas o no hacerlas, o sobre cómo gestionar las normas y los conflictos. Cuanto más partícipe hagamos al alumnado de esta reflexión, más fácil será que haya un compromiso mayor tanto con el aprendizaje como con la convivencia. ¿Y esto cómo se hace? Pues hablando con ellos y dándole oportunidades para decidir. La semana pasada estuvimos evaluando en una clase qué cosas estaban funcionando del nuevo sistema de aprendizaje semipresencial y qué cosas no. Pudimos escuchar a los alumnos, oír sus opiniones, saber qué era lo que más les costaba… y ahora podemos buscar soluciones pensando en ellos. Cuando los alumnos sienten que se les escucha y se cuenta con ellos, tienen una actitud absolutamente participativa y mucho más favorable.
En el centro donde trabaja se aplica el aprendizaje-servicio (APS). ¿En qué consiste y cómo ha sido su experiencia con esta metodología?
El aprendizaje-servicio tiene mucho que ver con la idea de que la escuela no es el único sitio en el que se aprende y de que podemos sacar provecho de los recursos del entorno, y no solamente porque un día puntual hagamos una salida o venga alguien a la escuela para contarnos su trabajo. Hay algo muy atractivo en la posibilidad de entender el entorno como un lugar en el que existen necesidades no cubiertas, y en el cual podemos generar un servicio a partir de lo que aprendemos en la escuela. De modo que el aprendizaje-servicio es vincular estos aprendizajes con la prestación de un servicio que atiende a una necesidad o a un derecho conculcado en el entorno social. Con esto conseguimos transmitir la idea de que aprendemos en todos los contextos; hay una nueva ecología del aprendizaje, como diría César Coll, según la cual la escuela no es el único lugar donde se aprende. La riqueza de tener distintos entornos en los que aprender es algo que no debemos despreciar. Además, damos funcionalidad al aprendizaje. Lo que nos interesa de los aprendizajes no es tanto la lista de contenidos, como que la gente aprenda a hacer cosas, desarrolle competencias… Las competencias son la manera en que los contenidos se concretan y cambian tu manera de relacionarte con el mundo.
Dentro de este planteamiento, el aprendizaje-servicio me permite darle sentido a lo que estoy aprendiendo con el objetivo de transformar una realidad de mi entorno, algo que resulta especialmente motivador. Si puedo incidir en las tasas de donación de sangre de mi hospital de referencia porque estamos trabajando en el instituto sobre este tema, el aprendizaje me interesará muchísimo más, porque veo que es útil y que puede incidir positivamente en mi comunidad y mejorar la calidad de vida de las personas. En este sentido, el aprendizaje-servicio tiene una idea muy potente de acción, de aprender haciendo, vinculando los contenidos didácticos con la vida.
¿Cómo se pueden implicar las familias en estos procesos de aprendizaje y de gestión de la convivencia?
Las familias tienen que estar en todos los procesos de aprendizaje, y creo que muchas veces no los tenemos suficientemente en cuenta. Las familias tienen un papel clave, como se ha podido ver durante la pandemia. Los alumnos que han salido adelante mejor son los alumnos más autónomos y los alumnos que tenían más capital cultural, familiar, apoyo… Pensar en la escuela sin contar con la complicidad y la alianza con las familias me parece lo mismo que trabajar con las manos en la espalda. En este sentido, deberíamos buscar maneras de colaboración más eficaces. Por ejemplo, mi experiencia es que cuando hemos convocado reuniones virtuales en la pandemia, ha venido muchísima más gente que cuando las hacíamos presenciales, de modo que algo estábamos haciendo mal, o no estábamos dando con las claves de participación. En todo caso, las familias pueden jugar un papel muy relevante en cualquier proceso de aprendizaje, incluso en tejer redes de apoyo social en torno al alumnado, tanto los que tienen una estructura familiar más sólida como los que no. Pueden aportar elementos determinantes en general para el aprendizaje, para la convivencia y para cualquier proyecto. También en el aprendizaje servicio, porque pueden ponernos en contacto con entornos que no conocemos, pueden participar, colaborar, etc., como por ejemplo en el caso de los que los jóvenes trabajan con personas mayores. Creo que es un recurso fundamental, y que sin embargo lo aprovechamos poco.
¿En qué debería consistir un buen acompañamiento?
Las tasas de fracaso escolar que tenemos en nuestro país indican que hay gente que no aprende en la escuela, y no aprenden porque la escuela tiene un planteamiento excesivamente rígido que expulsa a quien no se ajusta a él. Y no hablo únicamente de aquella gente que queda literalmente fuera del sistema educativo porque no tiene el título mínimo e indispensable que es el de la ESO, sino también de aquellos que lo tienen pero aprenden menos de lo que deberían aprender. En este sentido, existe un movimiento centrífugo de expulsión, pero al mismo tiempo existe también un movimiento centrípeto, que tiende a cuidar de la comunidad cuidando de su gente. Durante la pandemia, por ejemplo, yo creo que ha habido una dificultad centrífuga a la hora de mantener la equidad en el entorno virtual —que tiende a ser más desigual que el modelo presencial a causa de la brecha digital—; pero junto con esta dificultad, ha habido un esfuerzo por parte de la comunidad educativa para cuidar de cada uno de sus miembros e interesarse por sus condiciones personales, su situación familiar, etc. Y se ha puesto mucha atención en que nadie se quede fuera. Creo que ha habido en este plano un gran esfuerzo por parte de los claustros de cada centro educativo. Y esta idea de que nadie se quede fuera, de cuidado y de acompañar, es una idea clave en el aprendizaje.
En los últimos años hemos aprendido también que la complejidad del alumnado es una fuente de aprendizaje, y que las dificultades que nos plantean los alumnos nos permiten repensar la escuela para que quepan todos. Mi experiencia, por ejemplo, con los alumnos TEA [Trastorno del Espectro Autista] es que cuando atendemos a sus necesidades no de manera individual, sino incorporando soluciones a las rutinas del centro, mejoramos su atención, pero mejoramos también la del todo el alumnado. El alumnado TEA, por ejemplo, necesita una cierta idea de anticipación, de saber lo que va a pasar, que si se aplica en clase resulta beneficiosa para todo el alumnado. La ventaja de la diversidad en el aula es que nos permite formular respuestas buenas para todos. Y lo mismo pasa con la convivencia. Si conseguimos dar respuestas más flexibles, teniendo más en cuenta lo que necesitan los alumnos, el acompañamiento es evidentemente mucho mejor. Y creo que los equipos docentes cada vez están más preparados para este tipo de respuestas y darla de una manera grupal, trabajando en equipo. La clave está mucho más en cuál es la propuesta de centro y cómo nos organizamos de una manera compartida, que en lo que pueda hacer un profesor en su aula.
¿Crees que el sistema actual da herramientas para este tipo de acompañamiento, o la necesidad de cumplir con ciertos currículum supone más bien un obstáculo?
Yo veo varios planos. Veo por un lado un plano más institucional, con un curriculum muy extenso, pero muy delgadito, donde vemos de todo pero con muy poca profundidad, y esto no facilita las cosas. Tener que cubrir tanto contenido y con tan poco sentido no facilita el aprendizaje, como no lo facilita la falta de previsión de las administraciones, o la falta de una legislación por ejemplo en temas de convivencia que incentive la participación del alumnado. Por otro lado, tenemos otro plano que corresponde al profesorado de los centros, y aquí creo que hay muy buenas experiencias, con diferentes maneras de trabajar en co-docencia, de trabajar en equipo, de atender la diversidad… Hay propuestas muy innovadoras. A mí me interesa la innovación en la medida en que sea algo que sirva para generar más equidad y hacer que el aprendizaje sea algo para todo el mundo. Y me parece que se están haciendo cosas muy interesantes en esta dirección, que estamos aprendiendo mucho, y que se está progresando. ¿Es algo general? Bueno, quizá todavía no, pero creo que hay muy buenas prácticas en nuestro país en docencia inclusiva, en diseños universales del aprendizaje, en experiencias colaborativas de aprendizaje entre iguales, en gestión restaurativa de conflictos… Cada vez se va avanzando un poco más hacia esta enseñanza más flexible y más personalizada que da respuesta a más gente y que consigue que más gente pueda salir adelante.
¿Qué consejos les daría a los docentes o centros que se planteen involucrarse en el aprendizaje servicio?
Lo primero que les diría es que se pusieran en contacto con la red de aprendizaje-servicio que hay en cada comunidad autónoma, dentro de la red estatal de aprendizaje-servicio —que, por cierto, convoca unos premios anuales de proyectos interesantes en diferentes etapas educativas—. El primer paso sería conocer esta red, porque les va a facilitar el contacto con otros centros y con entidades ya inscritas. Es una red que alberga centros educativos, entidades no gubernamentales y administraciones locales, y que es un lugar de encuentro de personas de distintas procedencias.
A partir de ahí, les sugeriría que empezaran a tejer su proyecto, buscando alianzas y conectando con las necesidades de su entorno. Y que diseñen un pequeño proyecto que atienda a una necesidad que sea real y de una manera que pueda hacer partícipe al alumnado. Los proyectos diseñados por los profesores, por muy interesantes que sean, corren el riesgo de no contar con el alumnado en su diseño, y creo que es muy importante esta participación. Sí que se puede tal vez plantear qué se quiere abordar, pero la clave es construir el proyecto, al menos en parte, con el alumnado, para así contar con ellos. A menudo proyectos cerrados como, digamos, hacer una colecta para hacer llegar material a un centro de Senegal piden del alumnado tan solo una participación pasiva. Son quizá proyectos solidarios, pero no de aprendizaje-servicio. Tenemos que aprovechar para trabajar proyectos que sean potentes, que no sean de papel, sino de madera noble. Que les permitan aprender cosas importantes sobre motivaciones o necesidades humanas, sobre política internacional, sobre el uso de la tecnología… Si hablamos de África, por ejemplo, plantearnos de dónde salen los minerales que se usan para los móviles, trabajar todo lo que tiene que ver con el empobrecimiento, etc. Se trata de formular proyectos que les ayuden a comprender el mundo y a poder incidir de alguna manera sobre él. No tiene que ser algo revolucionario, puede ser sencillo, pero tiene que servirles para aprender, no para hacer una acción solidaria. No se trata de plantear un voluntariado: si queremos que sea una acción en la que se pueda aprender, hay que darle esa calidad. Y ahí los alumnos tienen mucho que decir también.
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