El brasileño Paulo Freire es, sin duda alguna, uno de los pedagogos más influyentes, más citados y más queridos del siglo XX. Su remarcable labor, que le valió fama internacional, fue fruto de una profunda honestidad intelectual y humana, de una inquebrantable fe en la dignidad de las personas y de un gran compromiso social. Su influjo sobrepasa los límites de la pedagogía escolar propiamente dicha, y se extiende a campos como el trabajo y la educación social, la sociología o incluso la filosofía.
Lo más llamativo quizá de la pedagogía de Paulo Freire es que, si bien esta nació de un contexto y de unas experiencias muy concretas –la alfabetización de adultos en países postcoloniales que estaban en proceso de construir unas democracias todavía muy frágiles–, ha inspirado no obstante aprendizajes y reflexiones muy diversas entre sí y en buena parte generalizables. Un gran número de consideraciones actuales sobre el aprendizaje de la lectoescritura, sobre la interculturalidad en el aula o sobre el rol del profesor y de la escuela, entre otras muchas, encuentran su fuente en el pensamiento de Freire.
Tanto han marcado el curso de la pedagogía sus ideas, que algunas de ellas, escuchadas hoy, nos parecen obviedades, aunque en su tiempo no lo fueran en absoluto. Pero algunos planteamientos de Paulo Freire son capaces, todavía, de desafiarnos y llevarnos a pensar más allá de nuestro espacio de confort para interrogarnos sobre la misión de la educación. En este artículo, siguiendo nuestra serie de retratos pedagógicos, revisamos estas ideas y como, medio siglo más tarde, siguen plenamente vigentes.
Esbozo biográfico: El “método Paulo Freire”
Paulo Freire nació en la ciudad de Recife hace justo un siglo, el 19 de septiembre de 1921, hijo de una familia de clase media baja que resultó muy afectada por la crisis económica del 29. Aunque interesado desde muy joven por la pedagogía, a falta de una formación específica para educadores estudió Leyes en la Universidad Federal de Pernambuco, complementando sus estudios con cursos de filosofía y de psicología. En 1944, Freire se casó con Elsa Maira Costa Oliveira, maestra de primaria que influyó en su decisión de abandonar definitivamente la jurisprudencia y dedicarse a la educación. Freire enseñó lengua portuguesa en varios centros y en 1946 fue nombrado Director del Departamento de Educación y Cultura de Pernambuco y después en Superintendencia, donde estaría hasta 1954.
Justamente en estos años hizo las primeras experiencias que le conducirían más tarde, en 1961, a elaborar su conocido método de alfabetización. Profundamente incumbido por la alta tasa de analfabetismo de Brasil y sus repercusiones estructurales en la precaria democracia del país, Paulo Freire se propuso la tarea de establecer un sistema de aprendizaje que contribuyera superar esta situación. Logró, así, idear un método dialogal que permitía a los analfabetos de cualquier edad aprender el portugués en el sorprendente plazo de 45 días, brindándoles asimismo herramientas para ejercer sus derechos democráticos. El método fue un éxito, y el gobierno progresista le dió vía libre para implementarlo en todo el territorio brasileño.
El largo exilio
Sin embargo, los esfuerzos para aplicar su método en el país bajo el amparo del gobierno democrático se vieron truncados por el golpe militar de 1964. Freire fue encarcelado durante 70 días acusado de traición, y al salir de la prisión se vio obligado a un largo exilio que duraría hasta 1979. Después de un breve paso por Bolivia (donde su labor fue interrumpida nuevamente por un golpe de estado) se desplazó a Chile, donde vivió y trabajó cinco años, y finalmente a Ginebra, desde donde se involucró en diversos proyectos de alfabetización en Asia, Oceanía y sobre todo África.
En 1986 recibió el premio internacional de Educación para la paz de la UNESCO, institución con la que había colaborado en diversas ocasiones.
La pedagogía crítica
Las ideas de Paulo Freire están muy marcadas por la influencia de la filosofía marxista, pasada por el tamiz de una visión cristiana de base, y quedan retratadas en más de una treintena de obras, entre las que destacan La educación como práctica de la libertad (1967) y la archiconocida Pedagogía del oprimido (1970).
Fundamentalmente, Freire observa en la sociedad una desigualdad estructural que deriva en una dialéctica entre las élites y los oprimidos (el pueblo). Las formas de opresión entre los dos grupos pueden ser más o menos sutiles, pero tienen en común que imposibilitan el ejercicio real de la democracia y también, en último término, la realización de la persona como ser humano. Tanto lo que él llama las «comunidades intransitivadas», en las que los miembros viven casi vegetativamente en torno a un pequeño grupo de intereses y necesidades, como el hombre-masa, gregario, acomodado y acrítico, son dos formas simétricas de vida enajenadas y por lo tanto deshumanizadas, previas a la toma de conciencia.
La educación ha de ser justamente, según Paulo Freire, el principal detonante de esta necesaria toma de conciencia. No solo ofrece –o debería ofrecer– un espacio de encuentro y de diálogo, sino un escenario en el que, mediante la reflexión comuna, la ideología dominante, habitualmente opaca, se hace visible a ojos de los educandos. Es por ello que Paulo Freire y sus seguidores hablan de una pedagogía crítica, basada en la reflexión y el intercambio de opiniones. De ello se deriva que la educación no puede ni debe ser neutra, porque es siempre acción política. Para Freire, esto no significa, dejémoslo claro, que el docente deba transmitir su punto de vista a sus alumnos, sino justamente lo contrario: que debe ofrecerles las herramientas para dudar de todo aquello que se les quiera imponer y para debatir, desde el respeto, con puntos de vista diferentes al suyo. De ahí surge el diálogo, la conciencia y el auténtico espíritu democrático en el seno de una sociedad integrada.
La educación bancaria
El problema, nos dice Freire, es que no siempre sucede así. La escuela, cuando carece de este enfoque crítico, da lugar a una educación domesticada, al servicio de la ideología hegemónica. La educación, en este caso, sigue siendo política, pero en el sentido de que tiene por objetivo perpetuar las estructuras establecidas, y no fomentar una auténtica democracia. Es lo que Freire llama “educación bancaria”, y que opone a la “educación liberadora”.
La educación bancaria, que Paulo Freire asimila a la escuela tradicional, es una educación preocupada por la transmisión de los conocimientos –y con ello de las formas sociales a ellos ligadas– sin preocuparse por su actualización ni por sus implicaciones sociales y educacionales. Es una educación que impone y dicta unas ideas y un orden de la realidad que no son los del educando, y que por tanto este no comparte. Su vehículo es la memorización y la repetición de lo memorizado, por lo que se desvincula de la realidad y se ciñe a términos puramente abstractos y ajenos al estudiante, ofreciéndole un conocimiento superficial del mundo que difícilmente puede llevar a su transformación. En palabras del propio Freire, la educación bancaria «reduce los medios del aprendizaje a formas meramente nocionales», y por tanto mecánicas.
Es, en definitiva, una educación que no incorpora a los educandos y que nos deja a la periferia de aquello que realmente importa.
Educación liberadora
A la educación bancaria, Freire contrapone la educación liberadora. La educación liberadora es una educación basada en el descubrimiento, que busca despertar en los educandos el gusto por aprender y maravillarse. Tiene, por objetivo fundamental, una transformación de las actitudes para favorecer así la disposición a la democracia y a la participación. Rechaza la pasividad y quiere estimular una actitud activa y crítica en los alumnos. Se trata, así, de un acto de amor, de valor y por encima de todo de compromiso con ellos y con la sociedad.
Es una educación creativa, porque tiene por eje la creación –y la recreación– de ideas y puntos de vista por parte del alumno, y no la mera repetición, propia de la educación bancaria. Se ofrecen al estudiante, de esta manera, medios para pensar auténticamente, e incluso para cuestionar lo que aprende, porque la verdadera educación «no puede tener miedo al diálogo». Enseña, de esta manera, no solo a estar en el mundo, sino a estar con el mundo, es decir, implicado, comprometido con la realidad que nos rodea.
Educadores y educandos
Es evidente, pues, que el rol del educador y su relación con el educando será completamente distinta en la educación bancaria y en la educación liberadora. La educación bancaria parte de una transmisión activo-pasiva de los conocimientos, por lo que el docente adopta el rol de figura de autoridad, en los dos sentidos de la palabra. Su idea motriz es que el educador o educadora es quien posee el conocimiento y que, por contra, los alumnos no saben nada, de manera que es él o ella quien debe hablar, mientras que los estudiantes deben escuchar en silencio e intervenir solo cuando se les pregunta. El educador es pues el sujeto activo del proceso, y quien ostenta el poder y ejerce la disciplina. Los alumnos, en cambio, se convierten en meros objetos pasivos, receptáculos de lo que se les explica; no tienen entidad propia y solo pueden aspirar a cierta completud, a lo sumo, cuando su proceso de formación haya acabado.
La educación liberadora da la vuelta a esta relación. Paulo Freire, en su labor de alfabetización, entendía que estaba colaborando con el pueblo. En este sentido, el pedagogo brasileño entiende la conexión entre educador y alumno como una relación de sujeto a sujeto, de manera que otorga al estudiante un papel activo en la construcción del diálogo. Los humanos, indica, nos educamos en común, y eso implica que el alumno no llega a la escuela como una vasija vacía, sino que tiene ciertos conocimientos previos que pueden y deben ser aprovechados. Por lo demás, la acción educativa es esencialmente bidireccional: en el proceso de ser educado, el educando enseña; y en tanto que enseña, a su vez, el educador aprende de sus alumnos. Freire se cuidaba de mostrarles a los participantes de sus talleres que, mientras era verdad que él sabía más cosas en algunos ámbitos, ellos podían darle también muchas lecciones en sus campos de dominio.
Es cierto que esta propuesta implicaba un giro de 180 grados respecto a la educación anterior. Por ello, Freire aseguraba que lo importante no era tanto describir las herramientas necesarias para aplicar la nueva pedagogía, porque lo realmente difícil era la creación de esta nueva actitud de diálogo, que es también un ejercicio de humildad, imprescindible para ejercerla. Significaba, al fin y al cabo, incorporar e involucrar de manera real, por primera vez, a los aprendientes en el proceso educativo.
La importancia del contexto
Puesto que los estudiantes llegan a la clase con un bagaje previo, Freire señala la importancia de poner en relieve estos conocimientos de base. En sus clases de alfabetización, la introducción de cada nueva palabra generadora (palabra que se sometía a la descomposición para aprender las sílabas y las letras y poderlas utilizar para crear palabras nuevas) iba siempre precedida de un debate sobre aspectos relacionados con su campo léxico. La idea era partir de situaciones existenciales para los educandos y reflexionar sobre ellas, para lograr así un aprendizaje realmente significativo.
Esta idea, aunque hoy pueda parecer obvia, ha sido enormemente influyente. «La lectura del mundo precede la lectura de la palabra», dijo en diversas ocasiones Paulo Freire. Lo que significa, sustancialmente, que cualquier lectura crítica debe tener en cuenta el texto, pero también –y muy especialmente– el contexto.
Prescindir del contexto es lo propio de la educación bancaria. La mera memorización de contenidos por parte el estudiante no requiere contexto, porque es un aprendizaje carente de significado: un aprendizaje vacío. El auténtico debate y la educación para la democracia, en cambio, sí exigen una mirada crítica sobre las problemáticas tratadas y aquello que las rodea. Dar un contexto a lo que se aprende es darle un valor más allá del simple dato superfluo.
Vigencia de Paulo Freire
Son múltiples las corrientes, los pedagogos y, por supuesto, los docentes influidos de manera directa o indirecta por Freire. Con su experiencia educativa y con sus escritos, Freire nos muestra la importancia de la educación como herramienta de emancipación y de transformación, así como los beneficios de crear un contexto de significación para los alumnos. Tendencias innovadoras como pueden ser el aprendizaje-servicio, la implicación activa de los alumnos en la clase o la enseñanza de la lectoescritura actual tienen las ideas de Paulo Freire inscritas en su ADN.
Pero las enseñanzas de Freire no terminan ahí. Desvelando los mecanismos de la educación bancaria, el gran pensador brasileño mostró cómo la educación puede ser una temible herramienta de perpetuación de la ideología dominante y de control social. Aunque las circunstancias sean hoy otras que en su tiempo, el riesgo siempre existe, y a cada época le toca desenmascarar sus propias trampas. Por ello, Freire nos enseña todavía hoy la necesidad de entrenar la mirada crítica y de fomentar una educación para el debate que nos libre de fanatismos y nos prepare para una auténtica cultura democrática.
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2 Comments
Mil gracias !! Muy valiosa información
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