¿La educación del profesorado que se imparte actualmente en las facultades corresponde con la realidad que se van a encontrar los futuros docentes en las aulas? ¿Se dan herramientas para afrontar la educación del siglo XXI? ¿Le damos la suficiente importancia a la formación continua de los docentes? ¡Tres expertos en educación nos dan su opinión al respecto! ¿Te lo vas a perder?

Javier Bahón

CEO de TUinnovas Lab Educativo. Co-director del Centro de Aprendizaje Cooperativo

La Unión Europea, con acierto, afirmó que una de las competencias generales del ciudadano europeo del siglo XXI era la de la formación a lo largo de toda la vida; en un mundo en cambio constante no puede ser de otra forma. Ahora bien, si esta competencia es una pieza clave en la adaptación al mundo en el que vivimos, la responsabilidad de desarrollarla se multiplica cuando hablamos del colectivo de personas que forman y educan a los niños y jóvenes, puesto que les están colocando los cimientos para su desarrollo pleno, así como para que puedan ser ciudadanos comprometidos con la mejora de la sociedad, la vida o el planeta. 

Esta cualificación del profesorado se debe ir adquiriendo desde la formación inicial, la cual es objetivamente mejorable. Dicho esto, ya se comienza con una brecha entre la formación recibida y las competencias que se necesitan realmente en el desempeño de una de las profesiones más complejas que existen. 

Podemos unir a esto que el desarrollo que se le está dando a la educación gracias a la investigación, la neurociencia y las experiencias exitosas de cualquier parte del mundo está, hoy en día, muy al alcance de la mano. Ello abre puertas y ventanas para recorrer en una carrera que, si bien, a veces se antoja estresante, no deja de ser un reto necesario puesto que nos proporciona herramientas para que la tarea docente se acompañe de mejores estrategias, técnicas y modelos que le ayudan a conseguir sus fines actuales. 

Laia Lluch

Doctora en Educación y profesora asociada a la Facultad de Educación de la Universidad de Barcelona.

Mejorar la calidad del proceso de enseñanza-aprendizaje requiere incidir en aspectos como el profesorado, los programas, los estudiantes, las infraestructuras, la evaluación, entre otros. Los cambios en la formación del profesorado requieren dirigir la actividad docente hacia el desarrollo de capacidades, habilidades, actitudes y valores que posibiliten la formación competencial para adaptarse a los cambios sociales, económicos y tecnológicos, y transformar nuestra realidad. 

Ante los métodos tradicionales de transmisión de conocimientos y la enseñanza centrada en el rol docente, y no en el aprendizaje, ni en la autorregulación del mismo, el proceso de aprendizaje se sitúa como eje central del cambio metodológico. El modelo de enseñanza-aprendizaje basado en competencias destaca que lo importante no es lo que el profesor sabe o hace, sino lo que aprende el alumnado y cómo lo aprende. Todo ello conlleva el reto a las facultades de educación de una continua actualización científica y técnica de sus saberes, y de la adquisición de nuevas competencias profesionales como docentes y para los futuros docentes. De ahí la necesidad de que la formación del profesorado se plantee desde un proceso de desarrollo profesional continuo, que ha de continuar a lo largo de la vida, reformulando lo adquirido en ella para solucionar problemas prácticos profesionales y de ciudadanía de manera que los futuros profesionales puedan ser eficientes en un entorno laboral y social cada vez más complejo y en continuo proceso de cambio.

Finalmente, recalcar la responsabilidad que recae en las facultades de educación y de formación del profesorado, como referentes en la creación de conocimiento científico, pedagógico y didáctico, para capacitar al alumnado universitario y, especialmente, para la transposición didáctica, puesto que la orientación y la calidad de esta formación profesionalizadora va a repercutir en todas las demás etapas educativas. 

Ángel Pérez Pueyo

Director del área de Extensión Universitaria y Profesor de la Universidad de León. Director del Grupo internivelar e interdisciplinar Actitudes.

Que por qué es importante la formación del profesorado, por la misma razón que es importante la formación permanente de los médicos, abogados o ingenieros. Imagino que a nadie le gustaría saber que su médico siguiese utilizando los recursos y recetando medicamentos de hace 50 años, cuando se ha demostrado científicamente la idoneidad de nuevos tratamientos o fármacos. Del mismo modo, que a nadie le gustaría que se probase en sus hijos un medicamento que no hubiese sido contrastado y aprobado por los órganos competentes.

Sin embargo, es habitual comprobar cómo en las aulas se prueban propuestas que, lejos de estar contrastada su funcionalidad, eficacia o transferibilidad, son experimentadas alegremente y compartidas en redes sociales para que otros las pongan en prácticas.

Necesitamos una formación del profesorado de calidad, pero es evidente que la actual lleva años demostrando que no genera un cambio sustancial y generalizado en las aulas (y permítanme la generalización, aunque sé que nunca es buena). No hay una relación positiva entre las inversiones de tiempo, esfuerzo y dinero y la innovación que se observa en las aulas.

¿Y si planteásemos una formación diferente? ¿Y si se invirtiese en generar centros de verdadera innovación que sirvan de ejemplo? ¿Y si permitiéremos a los docentes pasar el suficiente tiempo en centros donde poder conocer, comprobar, experimentar y compartir la verdadera innovación para llevarla posteriormente a su centro?

La actualización es fundamental y tenemos la obligación de que sea eficaz.

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