Paco Antón
Hablamos con Paco Antón, director literario de Vicens Vives, que ha coordinado innumerables clásicos para jóvenes lectores. Nos habla de toda una vida dedicada a la educación y nos cuenta cómo contagiar el amor por la literatura a niños y adolescentes.
Paco Antón explica que su pasión por la literatura comenzó en su infancia, con la lectura de tebeos como «El Capitán Trueno», «El Jabato» o «Olimán». Junto con sus hermanos, dedicaba su escasa asignación semanal a adquirirlos. Recuerda el momento de irlos a comprar en el quiosco como un instante mágico, realzado por el agradable olor del papel recién impreso. De ahí pasó a la lectura de cuentos literarios. Las mil y una noches, con su inmensa variedad, y los cuentos de Poe eran dos tesoros inagotables de experiencias. Asimismo, con apenas once años descubrió la magia del teatro de la mano del legendario Estudio 1, de TVE, que lo llevó a leer a autores como Poncela, Mihura o Casona. Pero si una lectura de su infancia recuerda con especial afecto es La isla del tesoro, para él la mejor novela de aventuras jamás escrita, que lo mantuvo enganchado a la butaca hasta terminarla. Todavía guarda aquel libro como si de una preciada reliquia se tratase.
Si una cosa buena nos ha dejado la situación que hemos vivido este año, con el confinamiento, es que nos ha dejado tiempo para leer. ¿Nos ha reconciliado la epidemia con la lectura?
En efecto, los analistas han comentado en varias ocasiones que así ha sido. Porque precisamente la lectura exige de esa paz, de esa tranquilidad, de ese aislamiento, de ese huir del ruido y la furia. Con todo lo que ha pasado, una de las consecuencias de la pandemia ha sido que la gente esté más predispuesta a leer. Aunque es verdad que no siempre ha sido fácil, porque las librerías no siempre han estado abiertas. Hay gente que ha optado por comprar por internet, pero para mí las librerías son insustituibles. Los libros hay que hojearlos, palparlos, olerlos… Es un objeto que resulta atractivo, casi erótico, y hay que tenerlo entre las manos. Por otro lado, la librería también tiene el añadido de que se pueden atender los consejos de un buen librero, que es una especie casi en peligro de extinción. Un buen librero es siempre un buen consejero, porque está en contacto con opiniones de críticos, de especialistas, de sus propios clientes…
Es casi ya un lugar común decir que los jóvenes leen cada vez menos. ¿Tiene esta percepción? ¿Qué se podría hacer para acercar la literatura a los niños?
Lo que sucede, en general, es que, por desgracia, con la extensión de la educación a toda la población –que es algo no solo deseable, sino completamente necesario–, en general los niveles educativos y los niveles de comprensión han sufrido un bajón considerable. Y hay profesores que están desbordados, que no saben cómo atender a este alumnado que puede tener diferentes tipos de carencias, y no ponen quizá suficiente empeño en enseñar literatura en el ámbito educativo. Es decir, no toda lectura vale, porque si no, ¿qué papel desempeña la educación en la formación estética y cultural del alumno? Ese es un problema que tenemos que abordar de distintas maneras. Nosotros, desde hace ya muchísimos años, hemos apostado por la educación en el ámbito de los clásicos. Pero, claro, hay que definir y matizar qué es un clásico y por qué lo es, y, por supuesto, por qué es necesario conocerlo. Hemos apostado por ellos porque creemos que es una responsabilidad del sistema educativo, como lo es también para una editorial que, como nosotros, pretende publicar libros imperecederos, que sirvan para la formación de la mente y del pensamiento de los estudiantes.
Entonces, ¿hay que enseñar los clásicos a los jóvenes?
Quiero precisar, para que no se me malentienda, que hay libros que son extraordinarios, indudablemente clásicos, y que son en cambio muy sencillos. Por ejemplo, la conocidísima obra sobre el elefante multicolor Elmer, de David McKee, que ha gozado de un éxito extraordinario. O una obra que nosotros también hemos publicado, y que se titula Los conquistadores, que está llena de ideas sobre la sociedad, la justicia social, el abuso de poder… también son clásicos. Se necesita mucha gracia, mucha originalidad y mucho talento para, en pocas palabras y con un lenguaje asequible, pero también con dignidad literaria, atraer y cautivar a los niños. Y en otro nivel, si se quiere, El Principito es un clásico casi de la misma altura que El Quijote. Lo es por las ideas que transmite, por las emociones, por las sensaciones que evoca, y por supuesto por cómo está escrito. Porque al final, lo que distingue una obra literaria de otros tipos de textos es el cuidado excelso que pone en el lenguaje. Y El Principito es una obra extraordinariamente bien escrita. Además, hay un hecho incontestable, que es que El Principito es el libro que ha sido traducido a más idiomas de toda la historia de la humanidad. Ni siquiera la Biblia o El Quijote han sido tan traducidos. Este podría ser un dato de orden estadístico, pero en el fondo refleja la capacidad de atracción que tiene este libro sobre públicos diversos y alejados en el espacio y en el tiempo.
¿Por qué cree que existe tanto respeto hacia los clásicos?
Yo creo que este respeto –o pavor, casi diría– se debe a que la gente piensa que un clásico es algo antiguo, que huele a naftalina. El clásico, al fin y al cabo, puede estar escrito en un lenguaje a menudo complejo, que exige un dominio de la lengua para disfrutar de la lectura. Y nunca hemos de olvidar que la literatura, como el cine, como otras formas de expresión artística, están pensadas para producir placer. A ningún escritor o cineasta se le ocurre componer una obra para aburrir. Lo que pretende es distraer, motivar, cautivar, hacer reflexionar y producir placer estético. Pero mucha gente ve los clásicos como inasequibles. Sin embargo, esto no es en absoluto así: si una obra es clásica es justamente porque es actual. Nos dice cosas sobre nosotros mismos: nos reconocemos en esos personajes que vivieron quizá hace 2500 años, porque en el fondo el ser humano no cambia, para bien o para mal, algo que ya es una lección en sí mismo. Los clásicos, en definitiva, son imperecederos.
¿En qué reside esta actualidad?
Pongamos por caso una obra como Edipo Rey, escrita hace 2700 años. Uno la lee hoy en día con verdadera delectación, porque resulta que leyéndola, uno descubre que está ahí toda la esencia de la novela policíaca: un señor que mata a su padre sin saber que lo es, se casa con su madre sin saber que es su madre, y tiene con ella hijos que son a su vez hermanos. Tras una epidemia que se produce en la ciudad, Edipo decide investigar si es cierto el rumor que ha oído de que han asesinado al rey. De esta manera, desde el punto de la novela policíaca, Edipo lo es todo a la vez: es investigador, es juez, asesino, y también, en cierto modo, es la víctima, porque está bajo unas circunstancias que no domina y todos los hechos se han producido por su ignorancia. Cuando uno lee esta obra en la actualidad, nos damos cuenta de cómo se adelantó y propuso un esquema narrativo literario que supera las mejores novelas policíacas. O Antígona, del mismo autor, Sófocles, que nos habla de una mujer, Antígona, de hace más de dos siglos y medio –en una época en la que la mujer desempeñaba un papel muy secundario en la sociedad– que defiende su honor, que defiende una visión de la vida honrada, sincera, ética, y que se enfrenta con quien haga falta. Es una feminista avant la lettre, vamos.
Estas obras y muchas más siguen siendo fuente de inspiración para muchas obras o películas de hoy. El Rey Lear inspiró a Akira Kurosawa Ran, una de las mayores películas de la historia, y Romeo y Julieta ha tenido mil versiones y dio el argumento también del musical West Side Story. Lo clásicos, si lo son, es porque son actuales y pueden ser actualizados. Este es su gran valor: nos hablan de nosotros y de cosas que nos afectan profundamente, al margen de las diferencias culturales.
¿Que debería tener una buena edición de estos clásicos para poder acercarlos al público infantil y juvenil?
Desde mi punto de vista, el sistema educativo es responsable de educar, que implica sacar lo mejor de las personas, y no equiparar por lo bajo. Las personas que trabajamos para el sistema educativo, seamos profesores, editores… tenemos una responsabilidad que debemos asumir. La dificultad que nos encontramos, en el caso de la literatura, es que incluso clásicos tenidos por juveniles, como podrían ser Robinson Crusoe, Los viajes de Gulliver, etc., transcurren con una lentitud que al lector actual y joven, que tiene como referencia el cine y el lenguaje audiovisual, puede parecerle excesiva. Ni siquiera estas obras son adecuadas para muchos de estos jóvenes lectores. Y no hablemos ya de obras de la complejidad de El Quijote, considerado el libro de ficción más importante de todos los tiempos. Pero ahí surge un dilema: porque si no conseguimos que un lector de secundaria, en los países de habla hispana, hinquen un diente a El Quijote, estamos fallando a nuestra obligación como educadores. Hace 30 años, cuando era catedrático de instituto, ya algunos compañeros me decían que esta era una obra inabordable por su extensión, y optaban por excluirla. Pero ¿si la transmisión de valores culturales no se hace en el sistema educativo, ¿cuándo se hará? ¿Y qué debemos hacer para no renunciar a nuestra responsabilidad? Yo lo tuve muy claro desde el principio: la solución podía ser producir una buena adaptación.
¿Cómo fue acogida la idea?
Muchas personas del ámbito educativo reaccionaron con espanto, y dijeron que El Quijote era intocable. Pero ¿realmente es intocable? Si se puede hacer West Side Story a partir de Romeo y Julieta, ¿por qué no se puede hacer una adaptación de El Quijote? ¿Por qué es intocable? Una de las obras más influyentes de la literatura, La metamorfosis de Ovidio, no es más que la recopilación de mitos griegos y romanos, reformulados estéticamente por el autor. Un tema a parte es cómo se hacen estas adaptaciones. Pero una buena adaptación es una obra literaria por sí misma. De lo que se trata es de transmitir estos valores estéticos con dignidad literaria, no de hacer un mal resumen. Pero siempre habrá puristas que se pongan las manos en la cabeza, de modo que, cuando realizamos nuestra primera adaptación de El Quijote, previendo las posibles reacciones, le pedí a Martín de Riquer, uno de los mayores y más respetados cervantistas, si quería prorrogarlo. Le expliqué todo y le llevé algunos capítulos, y me dijo que él siempre había pensado que esto era exactamente lo que había que hacer, y nos escribió un prólogo.
A la hora de plantear una buena edición de un libro dirigida a estudiantes, ¿qué herramientas se dan para facilitar el acceso a estas obras?
Yo tengo un poco la perspectiva de un profesor cuya misión debe ser meter la literatura en vena, convencer a los estudiantes de que lo van a pasar muy bien leyendo. Y, para ello, hay que echarle mucha pasión, porque la pasión se contagia, igual que la desidia y el desinterés. Poniéndome en la piel del profesor, a mí lo que me gustaría tener entre las manos sería un libro que, ante todo, me produjese y produjese en mis estudiantes este placer por la lectura; y en segundo lugar, que estuviera acompañado de todo un aparato intelectual con un rigor extraordinario. Lo fundamental, para mí, es que el libro en cuestión sea un objeto artístico en sí mismo. Creo que es esencial que un libro reúna una serie de condiciones excepcionales: un papel de calidad, una buena impresión, unas ilustraciones que completen la visión artística de la lectura del libro… Una calidad general, en definitiva, que ayude a propiciar el placer. Lo mismo sucede con las notas y las introducciones: cuando el libro usa un lenguaje artístico rico y elaborado, que un lector en formación puede no conocer, las notas y la introducción deben ayudarlo a superar las diferencias léxicas, culturales, filosóficas… pero sin entrar en los detalles de mera erudición. Si el lector desconoce el léxico o el trasfondo que acompaña esta obra, se está perdiendo una parte de la misma. Cuanto más entiendes una obra, más puedes gozar de ella. Nosotros procuramos poner todas las herramientas necesarias para que la lectura sea completa y se aproveche en profundidad.
Todas las ediciones de las diferentes colecciones de Vivens Vives están ilustradas. ¿Cuál es el valor de estas ilustraciones?
Este es en efecto un rasgo característico de nuestras ediciones. Hemos ilustrado obras como Madame Bovary o Don Quijote, libros no pensados originalmente para un nivel juvenil. Hay quien puede objetar que las ilustraciones coartan la imaginación del lector, pero yo he de reconocer que a mí los libros ilustrados me encantan, a condición, eso sí, de que hayan sido ilustrados por grandes ilustradores. Porque de lo que se trata, como decíamos, es de hacer del libro un objeto sumamente atractivo. También hay quien menosprecia las ilustraciones como si menoscabaran el libro. Hace años, un catedrático de literatura elogiaba en un artículo nuestra edición de Madame Bovary, pero lamentaba que estuviera ilustrada, porque eso debía ser un poco ir al hilo de la gente. Este comentario me sorprendió muchísimo: en primer lugar, porque el ilustrador era el estadounidense Gary Kelly, un artista que tiene obras en museos; y en segundo lugar, porque el catedrático que escribió la crítica no debe desconocer que acompañar los libros con ilustraciones es una práctica frecuente ya desde la Edad Media, ni que Quijote tardó muy poco en ser ilustrado, y que ha sido ilustrado de hecho por ilustradores de todo el mundo, ahí donde ha sido publicado. Desde antes de la imprenta es obvio que la ilustración añade atractivo al libro, que es una de mis obsesiones.
¿Qué proyectos tienes ahora sobre la mesa?
Ahora estamos trabajando sobre dos obras fundamentales de Orwell. Una de ellas es Rebelión en la Granja, la conocida sátira antiestalinista, y la otra es 1984, novela por cierto que tiene una completa vigencia. Estas dos obras las vamos a publicar en su versión original traducida al español y al catalán, y también en sendas adaptaciones hechas por un novelista con quien trabajamos desde hace lustros, porque siempre hay un público lector que encontrará más ágil la adaptación. Me parece que ambas obras son muy adecuadas para formación literaria de los estudiantes, como antes comentábamos. En especial Rebelión en la granja, que es una obra fantástica para cautivar a los lectores jóvenes, tanto por su extensión como, sobre todo, por los temas que trata: el abuso de poder, la injusticia, la rebelión contra esta, etc. Son temas que además deben formar parte del proceso educativo de una persona.
Llevas décadas en el mundo de la educación, primero como catedrático de instituto, y luego como editor de ediciones educativas. ¿Qué consejo le darías a un joven profesor a la hora de abordar esta educación literaria?
Cuando era docente, me di cuenta enseguida de que era imposible que los adolescentes pudieran abordar y gozar obras tan ajenas a ellos como son El cantar del Mío Cid, o El libro del buen amor, en un lenguaje medieval lejanísimo. Entendí que antes de llegar a estos libros y disfrutar de la lectura –porque al final de esto se trata–, el alumno debe haber pasado por un proceso de formación literaria a través de obras que les apelen más directamente; obras como las que hemos comentado, o como La isla del tesoro, El hobbit, etc. Cuando trabajaba estas obras, me gustaba llevar a mi clase profesores de otras asignaturas para comentar entre todos la obra desde diferentes perspectivas. Desde mi punto de vista, son fundamentales tanto esta lectura placentera de las obras como este análisis comprehensivo que llevábamos a cabo desde diferentes campos y con otros profesores. De esta manera podremos hacer comprender a los jóvenes que la literatura, como dice Irene Vallejo en su reciente libro, es el infinito en un junco, es decir, que toda la realidad que conocemos cabe dentro de la literatura.
Paco Antón dirige las colecciones Piñata, Cucaña, Cucaña biografías, Aula de Literatura, Clásicos hispánicos, Clásicos universales, Clásicos adaptados y Libros Ilustrados, con las cuales ha contribuído a la formación literaria de niños y jóvenes, publicando libros para todas las franjas educativas.
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