Francesco Tonucci
Entrevistamos a Francesco Tonucci pensador, psicopedagogo y dibujante italiano, conocido con el seudónimo “Frato”. Es autor de numerosos artículos y libros, en los que aborda principalmente el papel que deben jugar los niños en el ecosistema de las ciudades. Durante la pandemia se ha mostrado muy crítico con la manera en que han afrontado las escuelas los meses de confinamiento, y defiende que de esta experiencia se puede aprender cómo mejorar la enseñanza y la experiencia de aprendizaje de los niños y niñas.
De la escuela, Francesco Tonucci solo recuerda cosas tristes: niños con batas negras, sentados, atentos a cosas que no les interesaban. Era un mundo extraño que no tenía nada que ver con la vida fuera de las aulas. El profesor tenía la idea de que que los bolsillos debían estar vacíos porque en ellos estaba representado un mundo exterior en forma de bichos, cuerdas, animalitos muertos… También lamenta que en el colegio no le hicieran el gran regalo del gusto por la lectura, y que por ello llegara a su etapa adulta sin leer ni una novela. Leyó mucho por necesidad, pero la idea de que se podía leer por placer no la descubrió hasta muchos años después.
Usted defiende desde hace mucho tiempo la adecuación de las ciudades a las necesidades de los niños. ¿Considera que en los últimos años se ha avanzado en este aspecto?
Por un lado, las ciudades han seguido dedicando más atención y espacio a los coches, renunciando al espacio público, aunque este sea un derecho de los ciudadanos. Sin embargo, no podemos negar que hay una creciente conciencia social que empuja para que esta situación cambie. Con la pandemia, la importancia del medio ambiente y de las libertades personales se ha hecho más evidentes. Hay elementos que nos inspiran confianza, como por ejemplo determinadas actuaciones que se están impulsando en algunas ciudades. Espero que crezca la percepción de que es necesario recuperar espacios en las ciudades y que cada vez se impulsen más medidas en esta línea.
¿Cómo cree que ha afectado a los niños no poder salir a la calle durante meses?
Este tema me irrita un poco, porque los niños y niñas no salen a la calle desde hace decenas de años. Durante el confinamiento, no han podido salir de casa porque esto significaba ir con adultos, lo que viene a ser lo mismo que no salir. Espero que el creciente debate sobre la importancia de la libertad de los niños sea la premisa que ayude a cambiar las cosas. Salir debe significar despedirse de los padres, ir a jugar con los amigos y volver a casa para explicar lo que han hecho, sabiendo de antemano que no lo van a contar todo.
Y en el caso de los adolescentes…
Han sido los más afectados. Han sufrido mucho porque ellos ya experimentaron la libertad de salir y necesitaban hacerlo para no quedarse con sus padres. Es una etapa donde la relación entre padres e hijos es conflictiva, y obligarlos a estar juntos durante días y meses ha sido complicado. Con ellos hay que tener cuidado y ayudarlos a superar este trauma que puede tener dos consecuencias de cara al futuro. La primera, incrementar los conflictos con los padres; y, la segunda, crear una situación paradójicamente opuesta, de total aislamiento. Me refiero al efecto Hikikomori, el síndrome japonés y coreano que consiste en que los adolescentes se encierren en sus cuartos renunciando al exterior para estar únicamente en contacto con un mundo virtual. Hace unos años, se consideraba que era un comportamiento típicamente oriental, pero actualmente se empiezan a detectar casos similares en occidente.
¿Las metodologías de aprendizaje que se han llevado a cabo durante la cuarentena han sido las adecuadas?
Me gustaría responder con otra pregunta: ¿las metodologías antes de la pandemia eran adecuadas? Estoy convencido de que no. Hay un gran porcentaje de niños y niñas que en la escuela presencial ya se aburrían, lo que significa que la metodología que se practicaba anteriormente no era la adecuada. Si la escuela es obligatoria, no puede recaer sobre los alumnos la responsabilidad de que les genere interés. Los colegios tienen que ser los encargados de aportar soluciones a los estudiantes que se aburren. Lo peor de todo es que esta realidad la consideramos normal, ya que nos conformamos sabiendo que nuestros padres también se aburrieron en clase, e incluso asumiendo que algunos profesores tampoco disfrutan ejerciendo su profesión.
Por tanto, ¿las nuevas metodologías no han ayudado para nada a revertir esta situación?
Lo que ha pasado es que se ha reproducido en formato virtual la metodología que se llevaba a cabo en la escuela presencial, con horas de clases continuadas y muchos deberes. Además, lo que más gustaba de la escuela, el momento social, se convirtió en la parte más frágil y se desvaneció. La respuesta es un no rotundo, las metodologías que se han seguido no han sido las adecuadas, han resultado un fracaso. Y no se trata de una opinión personal: lo dicen los niños con los que he estado trabajando en los últimos meses en el proyecto de “La ciudad de los niños”. Sus respuestas eran muy concluyentes: estaban hartos de deberes y cansados de seguir clases a través de una pantalla.
¿Qué herramientas podrían haber utilizado las escuelas durante el periodo de confinamiento?
Las distintas plataformas que nos brinda la tecnología son instrumentos que favorecen la comunicación como nunca antes lo habían hecho. En mi caso, he mantenido cientos de entrevistas durante el confinamiento a través de pantallas. Las herramientas pueden ser buenas, pero el uso que se hace de ellas en las escuelas no es el adecuado. Nosotros convocamos consejos durante este periodo para escuchar a los niños y niñas, y les gustaban tanto, que nos pedían hacerlos más frecuentemente.
¿Qué consecuencias puede tener la sobreexposición a las pantallas?
La vertiente más crítica e irónica de Frato emergió en una viñeta en la que mostraba que el virus había conseguido lo que nadie había logrado nunca antes: ayudar a los niños a odiar a los ordenadores. Lo que nos preocupaba de la excesiva exposición tiene, hasta cierto punto, la parte positiva de que la escuela ha conseguido generar rechazo hacia ellos. No se puede pedir a los niños y niñas estar cinco horas delante de una pantalla. Los profesores lo hacen porque están siguiendo su horario de trabajo y para ganar su sueldo tienen que justificar las mismas horas que antes, pero trasladar estas dinámicas a los niños, no aporta nada positivo.
¿Cómo valora el papel de los profesores durante esta etapa?
No me siento capaz de juzgar. Me consta que hay muy buenos docentes que han hecho un buen uso de las plataformas, pero si no me equivoco, no han sido la mayoría. Tener un buen docente debería ser un derecho fundamental de los niños, pero la escuela hasta ahora está consiguiendo más bien todo lo contrario. La única esperanza es que algunos profesores transformen su mentalidad, porque no necesitamos nuevas reformas: hay que cambiar la práctica. La escuela a la cual asiste mi nieta es prácticamente igual a la de mi época. Tenemos que tener la garantía de que los maestros son buenos, igual que exigimos a los médicos que sean competentes y que la gente no muera por enfermedades banales. En las escuelas debería suceder lo mismo, pero casi nadie se preocupa, ya que existe la percepción de que lo que no funciona es culpa de los niños o niñas, que no se esfuerzan lo suficiente.
¿Qué hemos aprendido de los niños durante este último año?
Particularmente he aprendido muchas cosas, porque tengo la mala costumbre de escucharlos, ya que considero que es el único camino posible si queremos hacer algo a su medida. Durante los meses de confinamiento, escribí el libro: “¿Puede un virus cambiar la escuela?” dedicado a Elisa, una niña de nueve años de Lima (Perú). Ella afirma que “antes no podíamos entender estas cosas porque estábamos en la escuela”, una frase que lleva encubierta una denuncia dramática, al considerar que la escuela sigue sus programas, pero que en realidad, no se entera de lo que afecta a los niños.
Y ellos, ¿qué pueden haber aprendido de la experiencia?
Pienso que mucho, y debemos aprovecharlo y no centrarnos únicamente en lo que hemos perdido. Es importante que la escuela ponga atención a todo lo que niños y niñas han aprendido y ganado durante este tiempo. Porque durante este periodo tan extraño, han tenido que aprender muchas cosas fundamentales. Han convivido con el dolor, han perdido a personas queridas, han asistido a las tragedias que la televisión les mostraba todos los días… Han tenido que cohabitar con el miedo, acostumbrarse al aburrimiento e inventar maneras de superarlo. Me gustaría que se dedicara tiempo a profundizar en cómo pasaban el tiempo, ya que hicieron cosas que no habían hecho anteriormente, como cocinar, cuidar las plantas, limpiar… Algunos incluso desarrollaron el placer por la lectura, deseándola como compañía y no como un deber. En este sentido, propuse a los niños escribir un diario personal, para que pudieran plasmar sus secretos y no dejar escapar las emociones que sintieron durante todo este tiempo.
¿Cómo cree que deben afrontar las escuelas la educación post pandemia?
Haciendo un análisis correcto y severo de cómo han actuado durante este periodo y extraer conclusiones que deberían servir para tener más en consideración la experiencia de sus alumnos. Espero que sean capaces de darse cuenta de que muchas cosas no han funcionado, y que estén dispuestas a promover cambios después de la pandemia. De alguna manera, podemos considerar que la escuela ha sido coherente consigo misma. En Italia se asumió el lema: “La escuela no para”, lo cual me parece paradójico y absurdo, ya que si ha parado el mundo, ¿qué significa que la escuela no para? Ha actuado por su cuenta, dando la espalda a la experiencia que vivían sus alumnos, lo cual es una demostración evidente de su fracaso durante todos estos meses.
Y los profesores, ¿a qué retos se enfrentan?
Si los profesores son capaces de hacer cambios, la escuela se puede transformar. Es un tema complejo, que según mi opinión empieza por quienes ejercen como profesores en nuestra sociedad. Es una profesión poco reconocida, económicamente y socialmente, además de poco valorada. Muchas veces los profesores no tienen aptitudes adecuadas para la enseñanza, muchos no han podido hacer lo que les gustaba y han tirado por este camino. Es decir, no querían ser docentes, pero lo han sido porque no les quedaba otra opción. En estos casos, es comprensible que no sean buenos maestros.
Pero esto no es igual en todos los países…
Tenemos el ejemplo de sistemas educativos de países como Finlandia, en el que se realiza una selección de docentes muy exigente, ya que para alcanzar la profesión necesitan muchos méritos y demostrar que tienen una actitud adecuada para la enseñanza. El modelo finlandés nos debería hacer reflexionar sobre cómo podríamos adaptar a la mentalidad de otros países algunas de sus prácticas.
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