Rusia, Chile, Camboya, Brasil… ¡el mundo es un sitio tan mágico y tan lleno de diversidad! Conocer las historias que se cuentan en los diferentes rincones del planeta es una manera maravillosa de viajar sin moverse de la silla. ¿Te animas? ¡Comenzamos!
Te presentamos la colección “Un mundo de cuentos», 8 libros que nos acercan relatos de diferentes países para abrir la mente y los corazones de los jóvenes lectores y animarlos a entender y respetar la riqueza de la pluralidad cultural.
Los libros, dirigidos a niños y niñas a partir de 6 años, cuentan con bellísimas y originales diseños de las ilustradoras Melanie Williamson (Reino Unido), Martina Peluso (Italia) y Sophie Fatus (Italia).
- Norteamérica: El lobo hambriento. En lo alto de un prado junto al río, un joven lobo hambriento encuentra a una pequeña ovejita, a la que ve como un sabroso bocado en movimiento. Pero la astuta protagonista no piensa ponérselo nada fácil…
- Corea: Nunca os fiéis de los tigres. Un vendedor se encuentra un tigre atrapado en un hoyo cuando va camino del mercado y se plantea si es o no buena idea ayudarlo a escapar. ¿Puede confiar en que el tigre no va a atacarle una vez sea liberado?
- Zambia: El don de la tortuga. Tras un largo verano de sequía en Zambia, los animales empiezan a estar hambrientos y a tener mucha sed. El conejo más anciano del lugar recuerda una historia sobre un árbol mágico que da la fruta preferida de cada animal incluso cuando no llueve. Pero, ¿cómo se llama el árbol?
- Brasil: La princesa de los manantiales. La protagonista de esta bella historia es Ibura, la Princesa de los Manantiales. Sus ojos brillan como la luna y reina sobre los manantiales, los ríos y los lagos. Un día su madre desaparece del palacio y poco después le ocurre lo mismo a su bebé… ¡y comienza una aventura para encontrarlos!
- Chile: Mandón, gruñón y simplón. El título de esta curiosa historia lo conforman los nombres de tres terribles monstruos hermanos que viven juntos en la Tierra de los Monstruos. Los dos mayores y más peligrosos, obligaron al menor, Simplón, a secuestrar a las tres hijas del rey. ¿Tendrá alguien el valor suficiente para bajar a rescatarlas?
- Nepal: El abominable hombre de las nieves. Había una vez un niño que se llamaba Ramay, un niño muy bueno pero con un defecto: ¡era muy, muy perezoso! Nunca ayudaba en casa, es un niño muy perezoso y se pasa el día contemplando los pájaros y las nubes. Pero, un día, su madre ya no aguantó más y le pidió que se fuese de casa y no volviese hasta haber hecho algo de provecho. ¿Te imaginas a quién se encuentra Ramay en su aventura?
- Camboya: La ingeniosa trampa de Dara. La princesa Dara y su marido Rith son dos increíbles ingenieros a los que les encanta diseñar casas, puentes y templos. Pero tres ministros del rey, envidiosos y ambiciosos de la fortuna de Dara, se las ingenian para convencer al rey del destierro de Rith. ¡Te encantará la trampa que inventa Dara para demostrar su maldad!
- Rusia: Masha y el oso. Masha es una niña que lo pasaba en grande yendo al bosque a recoger moras y frambuesas, aunque sus padres siempre le advertían de que no debía adentrarse demasiado entre los árboles. Un día, despistada, olvida este imprescindible consejo y se pierde en el bosque, donde la encuentra un oso que la lleva a su cueva porque quiere que haga pasteles para él. ¿Conseguirá Masha volver a casa?
Todos ellos tienen además una versión disponible en catalán, que podrás encontrar en el enlace.
¿Qué te parece esta colección? ¿Qué libro te ha llamado más la atención? ¡Cuéntanoslo todo y compártelo con el resto de nuestra comunidad de lectores!
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Los tres príncipes Gupta y sus acompañantes montaban sus elefantes blancos, e iban subiendo por una espaciosa avenida, deslizándose entre muros de piedra bellamente labrada que ostentaban los signos del reino. Los hermanos pasaban por debajo de altos balcones y sobre los pétalos de exótica fragancia, que fueron arrojados por los ciudadanos. Ante ellos, iban elevándose los imponentes muros y contrafuertes, y las grandes cúpulas derramaban sus sombras sobre el camino que conducía hacia el palacio del emperador Otali; finalmente cruzaron por debajo de un gran arco de color blanco realzado con un reborde de borlas de mármol, que llevaba hacia los espléndidos jardines de recreo del monarca.
Nirek el primer hijo de Otali, iba orgulloso por delante; Ojayit, el segundo hijo, lo seguía de cerca, atento y decidido a empuñar su filosa arma contra cualquier enemigo, y así mismo, Nayakan, su hermano menor, que era otro virtuoso con las armas, iba detrás de ellos. Los seguían por detrás varias filas de guardias armados con brillantes lanzas de filosos estilos, y finalmente, avanzaba un largo séquito de sabios, esos viejos que dedicaban la vida al estudio de las leyes, y la pasaban encorvados sobre antiguos pergaminos rodeados de mil objetos misteriosos. Todos recibían saludos alegres del pueblo.
El nacimiento del príncipe Nirek se dio en una tranquila noche, mientras la plateada Luna daba su sereno rostro y se desplazaba a través de las estrellas. Otali estaba impaciente, pero sabía que la paciencia es como un árbol de raíz insípida que produce dulces frutos.
―¿Cómo esta ella? ―preguntaba Otali con el corazón exaltado.
―Mi Señor, su esposa Kuntana acaba de parir con salud un hermoso niño, tan luminoso como la Luna ―le contestó el médico principal.
Luego ocurrió la ceremonia para darle un nombre al bebé; se le bendijo y los sacerdotes le desearon una larga vida llena de riqueza y sabiduría. Después, el niño fue colocado sobre el regazo de su padre y recibió su bendición. El sacerdote principal ofreció su plegaria a los dioses y a los espíritus de los antepasados del clan, para poder obtener sus bendiciones. Los clarividentes predijeron que algún día, este pequeño realizaría memorables acciones, y sería él uno de los prodigios de su creador. Nirek sería grande en pensamientos y en hechos; el noble hijo de Otali tendría un alto sentido de la justicia, su razón sería muy elevada, sus acciones rectas y firmes, sus intenciones nobles, y sería por derecho, el emperador de Panyab.
Ojayit era el segundo hijo de Otali, nació dos años después que Nirek y desde pequeño fueron notables sus cualidades atléticas. Desde joven fue educado rigurosamente en la lucha y en el camino de las armas, poseía habilidad natural para el uso de la espada, y su cuerpo era duro como roca.
―Óyeme querida esposa ―decía Otali―. Pronto el pequeño despreciará la suavidad de tus manos ¡Porque su gran afición será el lomo firme de los elefantes de guerra!
Al ver tempranas cualidades de Ojayit, su padre le regaló una espada esplendorosa. Con un regalo de los dioses como ese, Ojayit sentía que podría enfrentar a cualquier oponente. Tenía el admirable arma ocupando el centro de su pomo el rostro de un dios de oro sobre un fondo de esmalte negro, y tallado en el mango los símbolos del imperio. El joven Ojayit hizo que la espada de gran hoja cortara el aire, y al verla, su espíritu parecía iluminarse y llenarse de gloria. El poseer aquella extraordinaria arma lo obligaba a convertirse algún día en un gran maestro.
Nayakan era el tercer hijo de Otali, y al igual que Ojayit, era un fornido joven de nobles cualidades. El príncipe tenía amplia la frente y ojos hundidos y oscuros, el muchacho amaba mucho a sus parientes y solía visitar a su abuelo.
Paramjit era el padre de Otali. Era un hombre correcto, honorable y hábil para resolver los problemas con la asistencia de sus hijos y consejeros. El anciano fue uno de los emperadores Gupta más queridos por su pueblo. Cierto día, pensó que los oficiales de prestigio o algún guerrero experto debía darles la instrucción necesaria a sus nietos, y fue así como buscó entre los mejores instructores del reino para realizar el trabajo.
Birendra era un general valiente y con el poder de un tigre. Al saber las intenciones del antiguo emperador, se ofreció para enseñar los secretos de la espada a los príncipes Gupta y, aunque el experimentado hombre era un tanto ambicioso, se encargó muy bien de dicha labor. El viejo guerrero escribió muchos lienzos referentes a las artes de la guerra, y esos manuscritos eran ricos en arte mostrando muchas verdades de noble índole.
Ojayit practicaba con la espada y sus compañeros observaban la soltura de sus movimientos, la gracia de sus ritmos y la variedad de sus ataques. El joven príncipe practicó con gran esfuerzo hasta llegar a la excelencia, y al igual que sus hermanos, realizaba el rígido entrenamiento cada día que duró la escuela militar.
Militares de eminente maestría instruyeron a los jóvenes y les mostraron los métodos de ataques sin anarquías de estilo. Los hermanos crecían rápidamente en habilidad, y esto incomodaba a algunos alumnos antiguos. Algunas veces, Ojayit que era aprendiz no se mostraba humilde con estudiantes más experimentados, algunos de los cuales también provenían de familias nobles, y que también aprendían un método variado y rico en recursos.
Los hermanos siguieron las enseñanzas con obediencia, y con el paso de los años, perfeccionaron sus conocimientos, y aprendieron conceptos filosóficos de la vida. Obtuvieron mayor fuerza física, manejaron el temor, mejoraron la concentración mental y, por supuesto, consiguieron el completo dominio de la espada. Los generales consideraban cualquier circunstancia que pudiera presentarse en una guerra. Los hombres adiestrados podían escalar altos muros y trasladarse por las fortalezas enemigas sin ser descubiertos. Además, aprendían con dedicación las distintas técnicas de pelea del Kalaripayatt.
Una noche, un hábil homicida llegó al palacio con una fatal misión. El hombre de traje oscuro se acercó al castillo, y se escondió tras los árboles para estudiar los sitios que tuvieran poca seguridad. La veloz sombra recorrió los muros, las áreas poco iluminadas, y las puertas menos vigiladas. Al llegar, no fue detectado por la guardia, y ni siquiera por los hermanos que solían conversar hasta tarde en los salones. El invasor avanzó silencioso por los corredores, y se acercó al aposento de Otali. Colocó gotas de veneno en una copa de perlas sobre su mesa. Luego de dejar la trampa bebible, desapareció del lugar. Un poco después, el monarca se puso de pie, y bebió el mortal elixir
Los asistentes del palacio se acercaron a la habitación del emperador por la mañana. Se percataron del cuerpo inerte al observarlo de cerca, y conmovidos, hicieron una venia de respeto. Después, salieron de la extensa habitación, y cargados de tristeza, dieron la noticia a los habitantes del palacio.
Los hermanos se enteraron de que Otali ya no estaba, y se tumbaron al piso con congoja. Los familiares y habitantes del palacio guardaron luto, y un doloroso hechizo los poseyó. Los criados se despojaron de sus galas para acompañar a la familia a los templos para rociar sus lágrimas sobre las sagradas imágenes, y una sed por llorar irrumpió en el espíritu Gupta. Las autoridades civiles y militares del reino se dieron cita en el palacio para dar sus condolencias. Pocos fueron los que sospecharon una muerte intencional.
Se decretó el luto oficial de treinta días, y como muestra de respeto hacia el emperador, se decretó que cualquiera que festejara, o se emborrachara durante esos días, sería prontamente ejecutado. Los nobles de Panyab, y de los reinos aledaños, enviaron sus condolencias, y todos acompañaron a los príncipes en sus lamentaciones.
El imperio se debilitaría sin tener autoridades instituidas. Paramjit era sabio, pero era anciano. Aleines no podía reinar a causa de sus dolencias. Entonces, el designado para reinar en Yaipur era el príncipe Rajpur. Además, Nirek era el líder natural de su familia, y le correspondía el mando de Panyab. Los príncipes Gupta necesitaban reunirse con su abuelo, y decidieron arreglar sus pertenencias para la travesía. Pronto realizarían el viaje hacia Yaipur, acompañados por sus guardias, y su corte.
Llegó el día del viaje, y la luz de la mañana acarició tímidamente a la ciudad. La gente les deseo buena ventura, e hizo algarabía al despedirlos. La familia montó sus elefantes, y el séquito real avanzó en procesión, listos a superar los peligros del bosque, que estaba habitada por tribus salvajes. Los ayudantes, diligentes y prestos, habían preparado con esmero cada detalle del viaje de tres días. Finalmente, después de atravesar los peligros, la ciudad se alzó ante ellos, con sus murallas recibiendo el beso del alba.
El repiqueteo y el soplido de caracoles atrajo a los pobladores a la plaza. Los ojos desorbitados vieron llegar a los elefantes blancos, y a las lineas de guerreros vistiendo corazas y pieles de animales salvajes. Cuando los visitantes llegaron al palacio de Paramjit, gente de diversas castas se amontonó en la entrada. Eran comerciantes, músicos y campesinos, que los recibieron con coros alegres.
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