Es indiscutible que para ser profesor hay que tener vocación. Es una de las profesiones más bonitas pero también cargada de responsabilidad y de momentos complejos. Constantemente se apunta a los profesores como pieza clave para que el sistema educativo funcione y dé buenos resultados.  Hemos querido preguntar a tres expertos qué herramientas y capacidades creen indispensables en la formación del profesorado, y sobre todo, qué mejorarían del sistema formativo actual.

Javier Tourón

Vicerrector de Innovación y Desarrollo Educativo en la Universidad Internacional de La Rioja-UNIR

Más allá de conocer, incluso manejar con competencia, el último producto del cambio tecnológico, es preciso reflexionar sobre su utilidad en el entorno educativo y, en particular preguntarse, cambiar ¿para qué? Quiero señalar con esto que no debemos perder de vista que en educación los fines son antes y más importantes que los medios.

Por ello, pondría gran interés en analizar con profundidad los modelos pedagógicos que subyacente en las actividades formativas, particularmente las vinculadas con el uso de la competencia digital, para que los medios no acaben siendo fines. Es bastante obvio que, en muchas ocasiones, la profusión de medios técnicos no ha llevado a una mejora o cambio de las estrategias pedagógicas y didácticas en las Escuelas y en las Universidades.

Julio Rogero

Maestro de educación primaria y miembro del MRP (Movimientos de Renovación Pedagógica y Profesionalización Docente)

Habría que analizar detenidamente la actual formación inicial y permanente del profesorado. Considero que ambas están en una situación de gran debilidad y muy alejadas de lo que sería deseable para una educación de calidad hoy. Tanto una como otra requieren un giro radical.

La formación inicial debería significar la apertura a la capacidad de conocer en profundidad las infancias y las adolescencias con las que el futuro profesor ha de tratar. Se precisa una formación científica, humanística, artística, eco social y antropológica, emocional y espiritual que ha de significar la iniciación en el desarrollo profesional posterior y constante en la formación permanente, en la reflexión y en la práctica a lo largo de su trabajo docente.

La formación permanente, centrada hoy en la implantación del bilingüismo, las TIC y la gestión empresarial de las escuelas, se ha deteriorado al hacerse virtual y desligarse de la práctica docente. Frente a la formación on-line, que ha incomunicado a los docentes entre sí, hemos de proponer la formación entre iguales, en espacios y tiempos de encuentro (algo similar a los antiguos Centros de Profesorado) ligados a la actividad en el aula, donde mirarse a los ojos, trabajar y aprender en equipo y decirse que la tarea que hacemos tiene todo el sentido y vale la pena.

 

José Blas García-Pérez

Maestro y Profesor Asociado en la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia. Activista inclusivo y CO del Blog de reflexión educativa Transformar la Escuela.

Es complicado poder responder a esta cuestión en pocas líneas. De modo general creo que hace falta diálogo, coordinación y coherencia entre la formación inicial del profesorado, la formación exigida para la incorporación en la profesión y la formación continua, en aras de una mejor cultura educativa y de desarrollo profesional coherente y motivador para el profesorado.

En la formación inicial es precisa una reflexión de lo que se enseña en la Facultad de Educación y lo que se necesita en el aula. Y no hablo solo de competencias prácticas. En la formación continua es obligado ya un cambio de modelo descentrado de los tradicionales modelos de formación docente (cursos, talleres, conferencias…), y que vire por otros caminos como las tutorías guiadas, las visitas a otros centros, las redes de docentes o el aprendizaje entre iguales… por ejemplo.

En realidad  es una cuestión de  inversión (que no de gasto) en el desarrollo del profesorado.

Por ejemplo, en  los nuevos profesores apostaría por un apoyo estructurado y sistematizado como medida de introducción en la profesión, que contemplara prácticas o asignación de un tutor elegido y gratificado por su tutoría, en sus primeros años de docencia. Esto, que en principio puede parecer  un proceso costoso, no lo es tanto si entendemos que todo el personal en un centro, en docencia colaborativa, tutorada y planificada, sería un efectivo muy útil para descender las ratios, para mejorar la atención al alumnado, para desarrollar proyectos de calidad educativa y de mejora de la convivencia o los sistemas de evaluación. Si en medicina ocurre y funciona ¿por qué no en educación?

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